Lo comenta en voz alta Eva: “aquí te olvidas por un momento
de dónde estás y de todo lo que pasa”. El Hosh Jasmin Restaurant está a las
afueras de Beit Jala, muy cerca de Belén. El entorno durante la cena invita a
la tranquilidad, al olor a campo, a la conversación distendida y a la buena
gastronomía. El coche se deja en una carretera poco transitada y para llegar al
restaurante hay que descender un pequeño camino en piedra. Al final del mismo
hay un caserón de una sola planta con una balconada en forma de pasillo desde
la que se disfruta de un paisaje idílico. También tiene un par de espacios
circulares de madera apartados, sin paredes, desde los que disfrutar de una
gastronomía que se anuncia como “orgánica”. En el terreno que rodea al
restaurante también hay unas pocas tiendas de campaña instaladas. Resulta que
algunos palestinos vienen hasta aquí a pasar el fin de semana, para disfrutar
de un terreno que de noche oculta las injusticias de la vista, a golpe de
noches estrelladas, conversaciones pretéritas y disfrute de narguile.
La afirmación es exacta, sólo te olvidas por un momento. El
restaurante se encuentra en una zona conocida por El Majruh. Mientras
saboreamos un delicioso plato de kefta con salsa de sésamo, un cus cus de pollo
y una ración de humus, llega el turno de las puntualizaciones sobre el paisaje.
Frente a la mesa, alejada por unos cientos de metros, hay un punto de luz en
medio de la oscuridad. Cerca de allí antes había otro restaurante, era un lugar
frecuentado porque poseía la misma tranquilidad que el Hosh Jasmin. Eva solía
acudir. Una noche, después de cenar en ese local, caminó por los alrededores
del restaurante y se encontró con un hombre que dormía prácticamente a la
intemperie cerca del garito. El señor, muy amablemente, le contó su historia.
Él vivía allí desde hacía muchos años, pero las autoridades israelíes le
avisaron de que el baño de su casa era ilegal. El paisano desatendió los
reiterados avisos de las autoridades, consciente de que lo que molestaba no
eran el servicio de su hogar, sino encontrarse en una zona pretendida por su
belleza. Una mañana el ejército se presentó en su casa con excavadoras y tiró
la construcción. Como broma irónica, le dejaron sólo el baño. El hombre se ha
negado a marcharse, así que sobrevive precariamente, con su baño alicatado, un
sofá desvencijado, una bombilla y un buen cacho de dignidad.
Mazen Saadeh es el dueño del Hosh Jasmin. Un tipo grande,
con camisa floreada semidesabrochada y melena gris. Ronda la cuarentena por arriba.
El ejército ya le ha dado el toque, pero él se hace el loco, les cuenta a los
soldados sus experiencias como artista en Europa y Estados Unidos y trata de
prolongar la existencia de su negocio dilatando la percepción de las
autoridades militares con su aspecto de hippy bohemio. Entre parte del
vecindario, el restaurante goza de mala reputación. Un alumno de español de Eva
en la Universidad de Belén, que vive cerca del local de Mazen, asegura que
“allí van prostitutas”. En Palestina, como en otros muchos lugares del mundo,
el que se sale de la norma genera comentarios rancios. Es una ley de vida que,
vista la forma en que se comporta Mazen, parece importarle bien poco. Hasta su
local acude gente que pasa de prejuicios y tonterías. En un año y medio el local
ha logrado ser una referencia a ambos lados del muro, entre palestinos sin
complejos, activistas por la paz y periodistas.
En Palestina ocurre que cuando reparas en un punto y le
sacas brillo, lo que reluce produce, en la mayoría de las ocasiones, tristeza.
Eva organizó con sus alumnas la representación de La casa de Bernarda Alba.
La mayoría de las chicas no tenía referencias sobre Federico García Lorca, pero
inevitablemente encontraron lugares comunes con su propia experiencia vital:
las dinámicas machistas y retrogradas de una sociedad alimentada por la
religión y la falta de libertad individual. Mujeres sin apenas espacio para la
intimidad y el deseo. El proceso de ensayo de la obra se ajustó a los tiempos
de vida de las chicas, que no podían ensayar por las noches por tener que estar
incrustadas en la vida familiar; al propio desarrollo del aprendizaje del
idioma; a la inmersión en lo que se cuenta y la complejidad de los personajes;
a la sinergia del teatro como expresión colectiva. Engrasada la obra, uno de
los estrenos se preparó para ser representado en Jerusalén Este. Una
experiencia emocionante. Hasta el último suspiro del día de la representación,
el tortazo de la ocupación se hizo presente: dos chicas no lograban el permiso
para cruzar el Muro por el farragoso check
point de Belén. Pero los permisos llegaron con mucho sudor y colaboraciones
en el last minute, con la obligación de que el grupo regresara
inmediatamente después de finalizada la obra. Unas chicas palestinas haciendo
teatro en español con subtítulos en árabe es una amenaza para un sistema que,
en palabras de Eva, se fundamenta, en parte, por ser un proceso de “limpieza
étnica por desesperación”.
La brisa que corre en el Hosh Jasmin tiene dos puntos de
luz: una luna llena y una bombilla encendida al fondo del paisaje. La comida es
excelente, la cerveza local Taybeh, en jarra helada, entra suave y la
conversación siempre llega al paisaje cotidiano que aquí se vive. En la
contradicción que se refleja entre la luz natural y el punto artificial hay
lugares comunes con la realidad que habitan los palestinos. Mirando el paisaje
en silencio, a uno le viene a la mente una poesía* de Fadwa Touqan, la poeta de
Nablús que murió ya anciana durante el sitio a su ciudad que se produjo durante
la Segunda Intifada: Sólo quiero morir en mi tierra/ Que me entierren en ella/
Fundirme y desvanecerme en su fertilidad/ Para resucitar siendo hierba en mi
tierra/ Resucitar siendo flor/ Que deshoje un niño crecido/ En mi país/ Sólo
quiero estar en el seno de mi patria/ Siendo tierra/ Hierba/ O flor.
A la vista de cómo trascurren las cosas en este parte del
mundo todo apunta a que la duración de este rincón idílico dependerá de cuándo
querrán las autoridades pisar la flor. Al día siguiente de que Eva fuera al
restaurante que había frente al Hosh Jasmin, cerca del punto de luz donde vive
el señor arropado por su orgullo, el ejército y sus excavadoras demolieron el
local. Se enteró que habían tirado el restaurante pocas horas después de cenar
allí, de encontrarse con el hombre que resistía junto a su baño y de tumbarse
en la cama pensando en las cosas que ocurren cada día en Palestina. Parece que
había algún papel que no estaba en consonancia con las normas israelíes de
construcción, básicamente establecidas por la arbitrariedad del abusón
inmisericorde que se sabe impune. Como dice Poncia, en el texto de Lorca, hay
gente que es capaz de “sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres
durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría”. Mientras tanto, Mazen le
guiña un ojo al tiempo para disfrute momentáneo de los presentes, que ganan
unos minutos a la vida olvidando lo que pasa alrededor, disfrutando del
encuentro, bajo la luz de la luna.
© Jacobo Rivero
*Poema: En su seno.
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