sábado, 31 de agosto de 2013

Por qué estoy en contra de la intervención militar en Siria (por Francesca Borri)

Francesca Borri en Ramallah en julio de 2013 (Foto: Juan Pelegrín)

Era febrero de 2012 e iniciamos la cobertura de Siria porque creíamos que se había traspasado una línea roja: estaban arrasando las protestas contra Assad con balas y fuego de mortero. Pero el enfrentamiento entre el régimen y el recién nacido Ejército Libre, simplemente un puñado de jóvenes con un kalashnikov y en sandalias, se deterioró pronto: entonces nos encontramos más allá de otra línea roja, la de la guerra total. Calle a calle, de forma salvaje, metro a metro. Pronto los muertos empezaron a contarse por cientos, por miles. Y empezamos a advertir a las redacciones: llamadnos antes de imprimir para que actualicemos las cifras. Aparecieron de pronto los primeros combatientes extranjeros. Y nos pareció que era otra línea roja: la de Siria convertida en rehén de las luchas de otros, de las estrategias de otros. Hasta que empezaron a llovernos misiles Scud; hasta que vimos que el cuartel general del Ejército Libre en Alepo era sustituido por el cuartel general de Jabhat al-Nusra, los islamistas ligados a al-Qaeda; hasta el día en que vimos que los sirios estaban cada vez más delgados, con la piel amarillenta, consumidos por el hambre y la fiebre tifoidea – ya no contabilizábamos los muertos, eran muchos los que permanecían bajo los escombros.

Habíamos documentado la última línea roja hace tan sólo un mes: dos niños tiroteados por escribir una proclama contra el Islam. Porque la verdad es que la única línea roja en Siria es la que deja la estela de carne y sangre de los heridos, de sus pedazos esparcidos entre el polvo: cuando los siguientes misiles, los siguientes morteros, cuando los francotiradores se dan la vuelta, y los socorristas son el objetivo.

Como de costumbre, los análisis y las posiciones sobre los ataques químicos del 21 de agosto al este de Damasco, que asfixiaron a cientos de sirios, son contrapuestos. ¿Qué sentido tenían para el régimen?, se preguntan los defensores de Assad. Después de que hubiera caído Qusayr, con el apoyo explícito de Hizbullah, Assad estaba tomando la delantera: ¿por qué ofrecer a Estados Unidos el pretexto para intervenir y precisamente cuando los inspectores de la ONU estaban en Damasco? Además en Damasco para investigar otro ataque químico: el de los alrededores de Alepo, el 13 de marzo, del que los rebeldes son los mayores sospechosos. De esta forma, argumentan, han logrado desviar la atención a otra parte. Sin embargo, en las zonas atacadas el régimen se encontraba en problemas, responden los opositores a Assad. Y, por encima de todo, como las escuchas de Estados Unidos parecen confirmar, creemos que Assad mantiene un férreo control sobre lo que está pasando, aunque haya admitido que no es así: como es bien sabido, en los últimos años el régimen se ha ido desmembrando. Assad está cada vez más rodeado y asediado por numerosos y poderosos actores. De esa forma, el ataque químico se habría llevado a cabo sin el consentimiento de las más altas esferas del régimen u ordenado por rivales de Bashar dentro de ellas -por ejemplo, su hermano Maher. Pero, para ser honestos: ¿realmente es eso tan importante para identificar al culpable? ¿Tiene alguien todavía dudas de que el régimen está cometiendo crímenes contra la humanidad y los rebeldes crímenes de guerra? Porque hay otra línea roja que cruzamos hace meses: cuando los sirios empezaron a huir, no sólo de las áreas controladas por el régimen, también de las llamadas áreas liberadas, despojados en una anarquía de saqueos, ejecuciones, secuestros e improvisados tribunales inspirados por la sharía.

¿Realmente importa ser asesinado por armas convencionales o químicas? Son más de 100.000 muertos: es el momento de actuar en Siria – Alawi, el padre de mi amigo Fahdi, que murió en Latakia por no recibir tratamiento, ¿murió de cáncer o de guerra? Como solía decir Antonio Cassese -el jurista al que debemos los tribunales penales internacionales- citando a Mark Twain, siempre hay una solución fácil para los problemas complejos: la equivocada.

Muchos se están refiriendo en estas horas al precedente de Kosovo. La única analogía con esos 78 días de ataques aéreos que, de todos modos, tuvieron lugar en 1999, reside en el veto de Rusia, que tanto ahora como entonces mantiene en un callejón sin salida a la ONU y a su Consejo de Seguridad. Más allá de eso, el contexto es completamente diferente. La polarización entre la mayoría albanesa y la minoría serbia no era nada comparado con el laberinto de diversidad, con la pluralidad de intereses, en la Siria de hoy: la clave aquí es que la oposición es heterogénea y está fragmentada, con los islamistas como grupo dominante. ¿Cuáles deberían ser, por tanto, los objetivos de los ataques aéreos si la verdadera razón detrás de la apatía internacional no es el veto de Rusia sino, más bien, la ausencia de una alternativa viable para Assad? La guerra de Kosovo terminó con largos años de administración de la ONU. Como nos recuerda el general Wesley Clark, Comandante en Jefe de la OTAN en ese momento, aquello fue lo contrario a una operación de conmoción y pavor de un par de días de ataques aéreos como los que ahora se planean. En cada guerra, advirtió, se deben tener claros los objetivos políticos y, sobre todo, se debe estar preparado para una intensificación – exactamente lo que pasó en Kosovo: dos días que se convirtieron en 78 hasta que Milosevic se rindió. Sólo que hoy el contexto de una supuesta escalada como esa no es el de Yugoslavia: es el de Oriente Medio en el que, allá donde mires, hay un golpe de Estado, un drone, un coche bomba –Escribo esto desde Ramallah, en la actualidad una de las ciudades más anestesiadas de la región: y aún así, tres palestinos fueron asesinados hace unos días, y en un minuto toda Cisjordania se incendió.

Hay un amplio consenso sobre que esta intervención es una especie de defensa de la credibilidad de Occidente: que el recurso a las armas químicas no puede quedar impune. Aún así parece que no hay una ruptura con nuestro papel en Siria hasta ahora. Porque, por supuesto, es completamente falso que estuviéramos ausentes: hasta ahora nuestra estrategia ha sido la de proporcionar a los rebeldes armas y dinero, no demasiado, sin llegar hasta el final: sólo hasta el punto de apartar a Assad mediante una transición que uniera reformas y estabilidad – especialmente estabilidad: el tipo de estabilidad que, a pesar de cualquier retórica, ha caracterizado a la frontera más segura de Israel. Sólo que nuestra estrategia no funcionó: porque la oposición demostró ser un desastre, porque los guerrilleros de al-Qaeda aterrizaron por miles, porque Assad optó por arrasar Siria en vez de renunciar. Nada nuevo. A pesar de las apariencias, los próximos ataques aéreos son otro “sí, pero no” que no resuelve la pregunta clave: ¿cuál es la alternativa a Assad? Unos consiguen que haya un millón de niños refugiados, los otros disparan a los niños.

Con respecto al argumento de la credibilidad – las armas químicas, prohibidas por las leyes internacionales consuetudinarias, fueron excluidas de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Porque constituyen una categoría única. Es decir, la de armas de destrucción masiva junto a las armas biológicas y, sobre todo, las armas nucleares – cuyos propietarios son bien conocidos. En consecuencia, estamos indignados por una línea roja que no clasificamos como crimen de guerra para sentirnos libres de cruzarla.

Quizá resulte útil recordar que existen los crímenes internacionales. Es decir, hay delitos que implican una responsabilidad individual, pero también existe la complicidad en los crímenes internacionales. Por ejemplo, vender armas a quienes después cometen crímenes internacionales con tus armas. Delitos que no prescriben. Hay que ser cuidadoso al defender tu credibilidad. Algún día te podrían tomar en serio.

© Francesca Borri

Francesca Borri es una periodista italiana. Las miserables condiciones como periodista freelance o el hecho de ser una mujer en la guerra de Siria le llevaron a escribir un intenso y emocional artículo que agitó las aguas del periodismo internacional con encendidos debates en la red. En breve volverá a Siria.

Este artículo ha sido publicado en el diario La Stampa de Italia el 31 de agosto de 2013 y traducido al castellano por Carlos Pérez Cruz, en exclusiva para este blog, con el permiso de la autora. También está disponible en inglés en este enlace.

Aquí puedes leer y escuchar una entrevista en profundidad con Francesca Borri publicada en 'El Asombrario & Cía' el pasado 10 de agosto de 2013.

lunes, 19 de agosto de 2013

Hosh Jasmin Restaurant (por Jacobo Rivero)


Una vista desde el restaurante (Foto: Hosh Jasmin)

Lo comenta en voz alta Eva: “aquí te olvidas por un momento de dónde estás y de todo lo que pasa”. El Hosh Jasmin Restaurant está a las afueras de Beit Jala, muy cerca de Belén. El entorno durante la cena invita a la tranquilidad, al olor a campo, a la conversación distendida y a la buena gastronomía. El coche se deja en una carretera poco transitada y para llegar al restaurante hay que descender un pequeño camino en piedra. Al final del mismo hay un caserón de una sola planta con una balconada en forma de pasillo desde la que se disfruta de un paisaje idílico. También tiene un par de espacios circulares de madera apartados, sin paredes, desde los que disfrutar de una gastronomía que se anuncia como “orgánica”. En el terreno que rodea al restaurante también hay unas pocas tiendas de campaña instaladas. Resulta que algunos palestinos vienen hasta aquí a pasar el fin de semana, para disfrutar de un terreno que de noche oculta las injusticias de la vista, a golpe de noches estrelladas, conversaciones pretéritas y disfrute de narguile.

La afirmación es exacta, sólo te olvidas por un momento. El restaurante se encuentra en una zona conocida por El Majruh. Mientras saboreamos un delicioso plato de kefta con salsa de sésamo, un cus cus de pollo y una ración de humus, llega el turno de las puntualizaciones sobre el paisaje. Frente a la mesa, alejada por unos cientos de metros, hay un punto de luz en medio de la oscuridad. Cerca de allí antes había otro restaurante, era un lugar frecuentado porque poseía la misma tranquilidad que el Hosh Jasmin. Eva solía acudir. Una noche, después de cenar en ese local, caminó por los alrededores del restaurante y se encontró con un hombre que dormía prácticamente a la intemperie cerca del garito. El señor, muy amablemente, le contó su historia. Él vivía allí desde hacía muchos años, pero las autoridades israelíes le avisaron de que el baño de su casa era ilegal. El paisano desatendió los reiterados avisos de las autoridades, consciente de que lo que molestaba no eran el servicio de su hogar, sino encontrarse en una zona pretendida por su belleza. Una mañana el ejército se presentó en su casa con excavadoras y tiró la construcción. Como broma irónica, le dejaron sólo el baño. El hombre se ha negado a marcharse, así que sobrevive precariamente, con su baño alicatado, un sofá desvencijado, una bombilla y un buen cacho de dignidad.

Mazen Saadeh es el dueño del Hosh Jasmin. Un tipo grande, con camisa floreada semidesabrochada y melena gris. Ronda la cuarentena por arriba. El ejército ya le ha dado el toque, pero él se hace el loco, les cuenta a los soldados sus experiencias como artista en Europa y Estados Unidos y trata de prolongar la existencia de su negocio dilatando la percepción de las autoridades militares con su aspecto de hippy bohemio. Entre parte del vecindario, el restaurante goza de mala reputación. Un alumno de español de Eva en la Universidad de Belén, que vive cerca del local de Mazen, asegura que “allí van prostitutas”. En Palestina, como en otros muchos lugares del mundo, el que se sale de la norma genera comentarios rancios. Es una ley de vida que, vista la forma en que se comporta Mazen, parece importarle bien poco. Hasta su local acude gente que pasa de prejuicios y tonterías. En un año y medio el local ha logrado ser una referencia a ambos lados del muro, entre palestinos sin complejos, activistas por la paz y periodistas.

En Palestina ocurre que cuando reparas en un punto y le sacas brillo, lo que reluce produce, en la mayoría de las ocasiones, tristeza. Eva organizó con sus alumnas la representación de La casa de Bernarda Alba. La mayoría de las chicas no tenía referencias sobre Federico García Lorca, pero inevitablemente encontraron lugares comunes con su propia experiencia vital: las dinámicas machistas y retrogradas de una sociedad alimentada por la religión y la falta de libertad individual. Mujeres sin apenas espacio para la intimidad y el deseo. El proceso de ensayo de la obra se ajustó a los tiempos de vida de las chicas, que no podían ensayar por las noches por tener que estar incrustadas en la vida familiar; al propio desarrollo del aprendizaje del idioma; a la inmersión en lo que se cuenta y la complejidad de los personajes; a la sinergia del teatro como expresión colectiva. Engrasada la obra, uno de los estrenos se preparó para ser representado en Jerusalén Este. Una experiencia emocionante. Hasta el último suspiro del día de la representación, el tortazo de la ocupación se hizo presente: dos chicas no lograban el permiso para cruzar el Muro por el farragoso check point de Belén. Pero los permisos llegaron con mucho sudor y colaboraciones en el last minute, con la obligación de que el grupo regresara inmediatamente después de finalizada la obra. Unas chicas palestinas haciendo teatro en español con subtítulos en árabe es una amenaza para un sistema que, en palabras de Eva, se fundamenta, en parte, por ser un proceso de “limpieza étnica por desesperación”.

La brisa que corre en el Hosh Jasmin tiene dos puntos de luz: una luna llena y una bombilla encendida al fondo del paisaje. La comida es excelente, la cerveza local Taybeh, en jarra helada, entra suave y la conversación siempre llega al paisaje cotidiano que aquí se vive. En la contradicción que se refleja entre la luz natural y el punto artificial hay lugares comunes con la realidad que habitan los palestinos. Mirando el paisaje en silencio, a uno le viene a la mente una poesía* de Fadwa Touqan, la poeta de Nablús que murió ya anciana durante el sitio a su ciudad que se produjo durante la Segunda Intifada: Sólo quiero morir en mi tierra/ Que me entierren en ella/ Fundirme y desvanecerme en su fertilidad/ Para resucitar siendo hierba en mi tierra/ Resucitar siendo flor/ Que deshoje un niño crecido/ En mi país/ Sólo quiero estar en el seno de mi patria/ Siendo tierra/ Hierba/ O flor.

A la vista de cómo trascurren las cosas en este parte del mundo todo apunta a que la duración de este rincón idílico dependerá de cuándo querrán las autoridades pisar la flor. Al día siguiente de que Eva fuera al restaurante que había frente al Hosh Jasmin, cerca del punto de luz donde vive el señor arropado por su orgullo, el ejército y sus excavadoras demolieron el local. Se enteró que habían tirado el restaurante pocas horas después de cenar allí, de encontrarse con el hombre que resistía junto a su baño y de tumbarse en la cama pensando en las cosas que ocurren cada día en Palestina. Parece que había algún papel que no estaba en consonancia con las normas israelíes de construcción, básicamente establecidas por la arbitrariedad del abusón inmisericorde que se sabe impune. Como dice Poncia, en el texto de Lorca, hay gente que es capaz de “sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría”. Mientras tanto, Mazen le guiña un ojo al tiempo para disfrute momentáneo de los presentes, que ganan unos minutos a la vida olvidando lo que pasa alrededor, disfrutando del encuentro, bajo la luz de la luna.

© Jacobo Rivero

*Poema: En su seno.

domingo, 18 de agosto de 2013

Shada Salhab: “Quiero ser periodista para mostrarle al mundo qué pasa en Palestina”

FOTO DISTURBIOS

Decía Enric González que si vas a Hebrón “se te caen al suelo unos cuantos mitos”. Con mitos o sin ellos, a uno se le cae el alma a los pies cuando descubre la barbaridad zoológica en la que Israel y su avanzadilla colona han convertido la ciudad más poblada de la Palestina invadida. La ocupación no sólo asedia la ciudad (el camino desde Belén a Hebrón es especialmente esclarecedor para entender de qué hablamos cuando hablamos de ocupación y colonias), sino que está en su mismo corazón. Calles con el cielo enrejado (los colonos tienen la peculiar tradición de arrojarles la basura desde los pisos usurpados), francotiradores en azoteas, checkpoints en las mismas calles, una mezquita dividida en dos (para gozo del culto judío de los ocupantes) custodiada por militares (israelíes, claro), calles para uso exclusivo de judíos (con el trastorno para el tránsito normal de los ciudadanos de Hebrón)… El paraíso no se vislumbra en este rincón de la Tierra Prometida.

CARLOS PÉREZ CRUZ
Fotografías Hebrón: CARLOS PÉREZ CRUZ
Exposición fotográfica: SHADA SALHAB

Shada Salhab tiene 20 años y va a empezar el tercer curso de periodismo, que estudia en la Universidad de Hebrón. Hebrón, universidad, periodismo y joven estudiante musulmana no son conceptos que uno asocie de carrerilla. Pero los mitos, queda dicho, también se caen al suelo, sobre todo cuando uno conoce la realidad in situ. En una ciudad alejada del cosmopolitismo de Ramallah (la burbuja anestesiante de la ANP) y del turismo de Belén, no resulta fácil imaginar que una joven musulmana se aventure a fotografiar la ocupación, menos que se exponga con su cámara próxima a los militares en plenos disturbios. Pero Shada, orgullosa campeona de competiciones locales de tenis de mesa y aficionada a la caligrafía árabe (también hay concursos en esta materia; dice que quedó tercera), se siente diferente y está dispuesta a aportar su granito de arena para que el mundo conozca la realidad de los palestinos desde el interior de Palestina. De momento, ha abierto una página en Facebook para ir colgando sus fotos y, para su sorpresa por el interés, ha accedido a reunirse en pleno Ramadán con un españolito que sentía curiosidad por conocerla. Aunque prefiere expresarse en inglés, hace uso en ocasiones del comodín del traductor de árabe. Hace sol, mucho calor, y nos protegemos bajo el toldo de un pequeño parque junto al edificio del Comité de Rehabilitación de Hebrón (que luce en sus azulejos el símbolo de ‘Cooperación Española’). Para llegar allí hemos cruzado las calles de la ciudad vieja. Bajo el cielo enrejado, las calles están llenas de vida comercial. Beber y comer no pueden. Pero cuando se meta el sol…

El aeropuerto identitario

Interior del aeropuerto Ben Gurión (Foto: Carlos Pérez Cruz)

Dado el trato que Israel dispensa a los palestinos, resulta casi obsceno detenerse a relatar el que dispensa a quienes viajamos a Palestina. Lo nuestro, como europeítos bienintencionados, palidece frente a la humillación permanente, la vejación y violencia que sufren ellos en su vida cotidiana. Pero contarlo no está de más, sobre todo si cuando lo cuentas abres ojos. Yo los he visto ojipláticos.

Decía Ilan Pappe que los cacheos e interrogatorios a los que nos someten son una invitación para que no volvamos. Las invitaciones, claro está, no obligan (salvo que el cuño que selle el pasaporte sea de expresa prohibición). Y con Palestina, como decía una campaña turística navarra, “ir es volver”. Que lo haría uno sin tener que pasar por su capricho censor pero, vaya, resulta que Palestina carece de aeropuerto. Israel se cargó en tres años el que Aznar había construido en Gaza (nadie en España reclamó un céntimo por daños y perjuicios) y para entrar en Cisjordania pasas, sí o sí, por su celo revisor: bien aterrizando en el aeropuerto Ben Gurion (Tel Aviv) bien cruzando los puentes que unen Jordania con Palestina (sí, ahí también tienen ordeno y mando). Que no te libras, vamos.

A los palestinos les gustaría que, cuando nos pregunten en los controles eso de a dónde vamos y de dónde venimos, digamos que a y de Palestina. Porque es verdad, porque allá vamos y de allí venimos. Pero también lo es que, para Israel, Palestina ni existe y queda extraño convencerles de que, al ladico mismo de donde ellos viven, incluso donde ellos viven, hay un país que no es el suyo. Pero nada, que no lo ven. Contaba Jacobo Rivero que ya le aseguró un chaval del Estudiantes de baloncesto a una de la seguridad de Ben Gurión que venía de allí y ella que no, que Palestina no existe. Y él que usted dirá que no existe pero que yo le digo que he estado allí y que me lo he pasado de puta madre. Un demente, vamos. Que te preguntas: si Palestina no existe, ¿con quién está negociando Israel? (Vale, es una broma… Lo de negociar, digo).

Partimos de una mentirijilla por una cuestión de salud mental. Uno conoce de primera mano a quien le prepararon una buena bienvenida en Ben Gurión por ir de viaje con una guía en la que se leía ‘Palestina’ en su cubierta (¡anatema!); también a quien llegaron a desnudar en Barajas (¿Barajas, ha dicho Barajas – España?) por tener, por lo visto, cara de “voy a Palestina”. Y eso sin llegar todavía ni al puesto de facturación. Que España, si tiene que ceder soberanía a Israel para que El-Al, su compañía aérea, maneje al viajero a su antojo, se la cede (aunque luego se ponga tan farruca con Gibraltar por un quítame allá ese peñón). Si se pretende entrar a Cisjordania y darse un paseo para ver el ambiente y charlar con quien plazca, conviene decir que el motivo del viaje es turismo (lo cual no deja de ser cierto) a esa cosa que llaman ‘Tierra Santa’ (por Jerusalén y Belén pasa uno casi seguro, aunque luego también le dé por echar un ojo al zoológico en que los militares y los colonos israelíes han convertido Hebrón). No hay que flagelarse por ello. Creo que el Mesías los llama “pecados veniales”. No restan puntos en el carnet por punto del paraíso.

En mi primera experiencia de viaje a Palestina, la cosa fue rodada. Tanto para entrar como para salir, no padecí más incomodidades que las que uno presupone en un país que vive obsesionado con la palabra seguridad. Mi noviazgo (de conveniencia) con Lucía y la ilusión por conocer el país (no, en serio, Lucía estuvo estupenda en su papel) fueron claves para pasar por turistas convencionales; la parejita que va de viaje. Este año la cosa no ha ido tan rodada. Para entrar no hubo mayor problema; salir no fue divertido, pero sí una experiencia esclarecedora.

Para profanos en esto de viajar por Ben Gurión, sepan que ya un kilómetro antes de alcanzar la terminal se pasa por un control militar que, como sí me sucedió el año pasado (probablemente por ir con una furgoneta conducida por un palestino) y no éste (probablemente por ir con una furgoneta conducida por un israelí) te puede obligar a bajar del coche, responder a preguntas básicas del motivo del viaje y a responsabilizarte de la maleta. Sepan también que antes de entrar en el aeropuerto, en la misma puerta de acceso a la terminal, se puede ser retenido (lo he sido) por un tipo que te preguntará los básicos “de dónde viene y a dónde va”, mientras revisa por encima el equipaje y apunta qué se yo en una hoja. Sepan igualmente que, antes de facturar, la maleta pasa por un detector de metales del que se puede salir directo a unos mostradores, sitos en medio de la terminal (¡premio este año!), donde su maleta será revisada, sin pudor alguno, delante de cualquier otro viajero que pase por allí. Es decir, calzoncillos amarillentos, bragas y sujetadores sudados, calcetines infectos, vibradores y esposas se exponen a ojos de cualquiera. Una vez en esa mesa, se puede pasar un buen rato… Un buen rato… Largo rato… Como dos horas.

¿Por qué? En mi caso, deduzco que, aparte de por una cuestión de probabilidad estadística, por llevar libros. ¿Qué problema ocasionan los libros? ¿Explosionan en el aire? No sé, pero lo primero que me dijo la chiquilla (la gradación y la edad de los interrogadores fue subiendo con los minutos) es: “lleva usted libros en la maleta, ¿verdad?”. Sí. Y ella directa a por ellos. ¿Qué libros llevaba? He ahí una pregunta trampa porque, ¿de verdad es una cuestión necesaria para la seguridad del aeropuerto saber qué libros llevo conmigo? ¿Supone algún riesgo para el resto de pasajeros? No. Sin duda. Pero uno comprueba pronto que el trámite con la seguridad del aeropuerto poco tiene que ver con ella y sí con... Juzguen ustedes mismos.

Vale, los libros: un libro de fotografías de Hebrón editado por ‘Cooperación Española’ (es decir, el Gobierno de España); un método de árabe para principiantes y un libro sobre Gaza escrito por el director del diario israelí ‘Haaretz’. Son “political books”, me acusaron (¿?). “Everything is political”, respondí. Por lo visto, la política explota en altura. ¿Les hubieran inquietado unos periódicos tanto como unos libros? Son y hablan de política (Rajoy no tendría problemas. Sólo lee deportivos). Cuando hice ver que el libro de Hebrón era un libro de fotografías, respondió que todos los libros las tienen (uhmmm).

Les ahorro detalles de insistencia en las preguntas y el cambio de interrogadores, para no aburrirles. Sí les citaré un detalle significativo. “¿Para qué quiere usted estudiar árabe?”, me preguntó. “¿Por qué no?”. “Habla usted español, ¿para qué quiere saber árabe?”, insistió. Vaya, “estoy hablando con usted en inglés, ¿para qué quiero hablar inglés?”. En realidad podría haberle dicho que, como me encanta este país, quería aprender su idioma. Pero claro, el hecho de que el árabe sea lengua oficial en Israel no implica su reconocimiento. Creo que no le convenció mi explicación de que me encanta la música árabe y que quiero entender sus letras. Eso por no explicarle que un amigo palestino me había dado el libro para que se lo hiciera llegar a una amiga común en España. ¿Por qué no respondí con naturalidad? Porque la siguiente pregunta hubiera sido: ¿cómo se llama su amigo palestino? Y digo yo que no es cuestión de crearles más problemas de los que ya tienen. Ah, el libro lo firma un profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y mi amigo se lo envía porque quedó sorprendido de la enorme facilidad de nuestra amiga para aprender árabe en los días que pasó en Palestina. No, no es para poder comunicarse con Al Qaeda sin intermediarios.

En todo este relato hay poca sorpresa. Israel aspira al reconocimiento de un país basado en la exclusión de todo aquel que no sea judío. Su sueño es el Estado Judío de Israel, no el Estado de Israel con ciudadanos con igualdad de derechos y obligaciones, con independencia de su origen racial o religioso. Eso implica, obviamente, la exclusión y el rechazo de quien no sea judío. Cualquier parecido con un pretendido Estado democrático es pura casualidad. Estado judío y democrático forman un chirriante oxímoron. Israel exige ser reconocido como tal. ¿Qué encaje tienen, por ejemplo, el millón y medio de palestinos que viven dentro de lo que la legalidad internacional aprueba como Israel?

Hay que armarse de paciencia ante la insistencia en las mismas preguntas por parte de los diferentes encargados de seguridad. Hay que darle la vuelta a cualquier duda que te expongan. Por ejemplo: “¿para qué lleva usted esta grabadora?”. Para grabar sonidos (obvio). “¿Qué sonidos?”. Sonidos ambiente. “¿Para qué?”. Soy músico, la llevo siempre conmigo para grabar sonidos y trabajar luego con ellos. “¿Qué tipo de sonidos?”. Sonidos de la naturaleza, de las campanas, de las llamadas a la oración… Y no mentía. Eso es lo que había en la grabadora. Las entrevistas que hice los días previos (a gente tan peligrosa como periodistas españoles que trabajan en Jerusalén, una periodista italiana que vive en Ramallah y una estudiante de periodismo de Hebrón) habían volado de antemano por la red. Y vino entonces la insistencia en que les pusiera lo que llevaba grabado. Y a su insistencia, mi negativa. “¿Por qué, si sólo llevas sonidos?”, dijo con la suficiencia de quien te cree pillado en un renuncio. Por una sencilla razón: porque es mi trabajo y es mi dignidad (y porque ya aceptamos suficiente humillación en muchos ámbitos de la vida como para facilitar de forma voluntaria la barra libre con la que impunemente violan nuestra intimidad con la excusa de la seguridad). Claro que también me podrían haber “pedido” que abriera mi cuenta de correo electrónico o de Facebook, como le pasó a Ana, una amiga periodista acreditada para trabajar en Israel (cuando se aburrieron de ver fotos de sus sobrinos, claudicaron).

Como complemento a la hora y media de interrogatorio, con tensión in crescendo (el asunto “grabadora” no fue agradable), una media más de cacheo minucioso en una estancia aparte. El encargado de someterme al reconocimiento era un chaval en edad pajillera al que, por ventilar el ambiente, pregunté si habían acabado las ‘Macabeadas’. Casi se emociona pensando que le preguntaba por el Maccabi de Tel Aviv, el equipo de basket de la ciudad. No, no. Las ‘Macabeadas’. “¡Ah! No, quedan algunos partidos. Hoy he visto a un equipo de Argentina de tenis”, me contestó, no sin menos emoción. ¿No saben ustedes que son las ‘Macabeadas’? Yo no lo supe hasta este mismo año: Juegos Olímpicos judíos. Tal cual. Olimpiadas sólo para judíos. ¿Qué tal les suena? Si Madrid fracasa de nuevo en la candidatura olímpica, podría ofrecerse para organizar las próximas. Por lo visto, España habatido este año su récord de participantes con 75 españoles judíos en competición. Ya van por la decimonovena edición.
En el cacheo, el amigo macabeo me pidió que soltara el botón de mi pantalón y levantara los brazos. Media hora recorriendo milímetro a milímetro mi cuerpo… con ropa. Algo no tan obvio, dado que acostumbran a desnudar (como le sucedió a un compañero de viaje que volvió antes). Incluso hay quien se ha quedado en gayumbos ante un cartel donde se podía leer: “Have faith in Israel”.

La verdad es que Israel exige fe, mucha fe. Su sistema de discriminación racial no soporta un pensamiento racional. Su sistema de trato en el aeropuerto sigue la misma (i)lógica. En mi caso, si el año pasado logré salir con la menor puntuación de peligrosidad para un no judío (el 1 es sólo para judíos; el resto va de 2 a 6), éste me fui con el sobresaliente en riesgo: 6. Imagino que la Matrícula de Honor es para los expulsados. Sinceramente, no aspiro a tal grado de excelencia. Aspiro a poder volver para ver a mis amigos, cuya condición de árabes palestinos les castiga a vivir encerrados en esa gran cárcel del apartheid que Israel, con el amparo de las  grandes –y no tan grandes- potencias occidentales, sigue construyendo día a día. Y es bien sabido que para poder visitar a los presos se necesita el permiso del carcelero. Ya sea en Ben Gurión, ya sea en el Jordán. 

© Carlos Pérez Cruz

sábado, 10 de agosto de 2013

Francesca Borri: “El verdadero periodista lo es por lo que no escribe, por lo que no fotografía”

Francesca Borri durante la entrevista (Foto: Juan Pelegrín)

La italiana Francesca Borri (1980) afirma que dejó su carrera como jurista especializada en derechos humanos y relaciones internacionales cuando se dio cuenta de que lo que escribía molestaba más a los poderosos que lo que lograba con su profesión. Había publicado dos libros sobre Kosovo e Israel/Palestina. Hace año y medio entró en Siria para contar la guerra. En ella recibió un disparo en la rodilla y padeció fiebre tifoidea (la ausencia de transparencia en el agua de las botellas que nos muestra en una fotografía da una idea del porqué). Las miserables condiciones como periodista freelance o el hecho de ser una mujer en la guerra le llevaron a escribir un intenso y emocional artículo que agitó las aguas del periodismo internacional con encendidos debates en la red. El británico The Guardian’ le invitó recientemente a responder a las muy diversas reacciones que su texto había suscitado. Asegura que en Italia una revista propiedad de Berlusconi le ofreció 15.000 € por posar desnuda con su casco de guerra. Por escribir sobre la guerra dentro de ella, apenas le ofrecen poco más de 50 por artículo. Nos recibe en Ramallah (Palestina). En septiembre promete volver a la guerra.

Texto: CARLOS PÉREZ CRUZFotografías: JUAN PELEGRÍN

¿Cómo te sientes después de haber escrito el artículo sobre qué significa ser periodista freelance en estos tiempos?

Exactamente igual (risas). Tratando de organizar mi próximo viaje a Siria exactamente en las mismas condiciones. Nada ha cambiado, así que iremos allí solos y cuando salgamos, como de costumbre, alguien comprará nuestro trabajo. Mientras estás dentro, es tu responsabilidad y estás completamente sola. Esa es la vida de un freelance hoy.

Imagino que escribir un artículo así puede ser un alivio, pero no sé si el siguiente sentimiento es, de alguna manera, la frustración.

Esperaba que hubiera reacciones de otros freelance. Y las reacciones llegaron, especialmente desde España. En Italia nadie dijo nada. Aunque al fin y al cabo soy consciente de que no se puede exigir a los freelance, que son el eslabón débil. Lo que debería es exigir a esos redactores jefe y directores que se solidarizan a través de Twitter desde todas partes del mundo. Podrían cambiar las cosas en vez de pasar su tiempo frente a Facebook o Twitter.

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 9)

Contenidos del noveno programa de Todos los caminos están cerrados:

Carlos Pérez Cruz y Francesca Borri (Foto: Juan Pelegrín)

Interview with Italian journalist Francesca Borri (1980). Francesca holds a MA in International Relations, a MA in Human Rights, a BA in Philosophy of Law. While she was working as human rights officer, she published two books, on Kosovo and on Israel/Palestine. She turned to journalism when she realized that power players were more upset by what she was writing than by what she was doing as a jurist. She is currently covering the war in Syria. This interview was recorded in Ramallah (Palestine) on July, 25th 2013. Borri wrote a very intense and polemic article in the 'Columbia Jornalism Review' called "Woman´s work" where she reflected about her experience in the Syrian war as a freelance journalist and as a woman.



During the interview we listen to music suggested by Francesca Borri: Frédéric Chopin, Keith Jarrett, Radiohead and Le Trio Joubran.

jueves, 8 de agosto de 2013

Cuadernos de Oriente Medio: donde Israel y Palestina se leen en castellano.


Ana Alba, Quique Kierszenbaum, Ana Cárdenes y Carmen Rengel (Foto: Carlos Pérez Cruz)

Dice Eugenio García Gascón, decano de los corresponsales de España en Jerusalén, que hay que informar de lo que se hace y no tanto de lo que se dice. Las declaraciones son, en muchos casos, pura desinformación. En el caso de Israel y Palestina las palabras tienden a Occidente y los hechos suelen ir contra Oriente. Por eso es muy importante el papel notarial del buen periodismo, el que da fe de los hechos aunque no olvide las palabras. El periodismo que, por ejemplo, certifica que Israel sigue ampliando sus colonias en Territorios Ocupados aunque los labios de sus dirigentes pronuncien “paz”. Desde el pasado marzo, cuatro periodistas (tres mujeres españolas y un hombre uruguayo) firman desde Jerusalén los ‘Cuadernos de Oriente Medio’. 

Los cuatro colaboran con diferentes medios de comunicación –los tiempos del periodismo son tiempos de freelance- y encuentran en este blog un espacio común para desarrollar con mayor amplitud temas que en sus medios habituales o bien no interesan o entran con calzador. Ana Alba, Carmen Rengel, Ana Cárdenes y Quique Kierszenbaum ofrecen información independiente y en castellano desde Israel y Palestina. “Estamos dando una oportunidad de leer en nuestra lengua, sin filtros y a flor de piel”, dice el hombre del cuarteto. En sus reuniones tratan de encauzar los contenidos de la revista, pero las horas vuelan en un excitado debate sobre una región que resulta tan apasionante como extenuante (y quizá frustrante). Aunque Carmen se lamente de que informativamente “es un conflicto pasado de moda” después de 65 años, la realidad es que este rincón del mundo genera abundante literatura diaria. Literatura de declaraciones “en un momento en el que hay muy pocos hechos. En los últimos años ninguna de las partes se ha movido. Se han acomodado”, reflexiona Cárdenes.

domingo, 4 de agosto de 2013

Escalofrío culé en Israel

Netanyahu y Peres saludan a los jugadores del Barça (Foto: F.C. Barcelona)

Produce verdaderos escalofríos ver a los jugadores del Barça dar la mano a Netanyahu y Peres; profunda tristeza el mensaje que el Barcelona deja al mundo con su visita en trato de iguales (¿?) a Israel y Palestina. Por razones que se me escapan, el equipo presidido por Sandro Rosell ha considerado una buena inversión organizar el mal llamado 'Peace Tour'. Y digo inversión, porque no se me ocurre otro fin para semejante despropósito que el rédito comercial de la jugada. ¿Qué si no podía lograr el Barça en Oriente Medio? ¿Aportar un granito desinteresado para la paz? ¿Qué paz?

Enviar al mundo el mensaje de la necesaria concordia entre ambos "bandos" es obviar el detalle (nada menor) de que es uno de ellos el que establece todas las normas allende sus fronteras legales, el que determina dónde está su principio y su final -pasándose por el forro de sus siones las resoluciones de la ONU-, el que maneja a su antojo las vidas de cientos de miles de personas sometidas a un régimen de apartheid denunciado incluso por quienes en su día lo padecieron en Sudáfrica, el que día a día araña tierras con las malditas colonias, el que levanta un muro que divide pueblos y que sólo se franquea a voluntad del promotor, el que expolia recursos hídricos, el que detiene a niños de cinco años en Hebrón, el que... ¿Es de verdad un problema de paz?

Las razones por las que este 'Peace Tour' me parece un despropósito ya las desglosé en un artículo para 'El Asombrario & Cía'. Otras voces mejor documentadas, como la de Joan Cañete, las han expuesto igualmente. No quiero repetirme. Con modificaciones sobre los planes inicialmente propuestos (aquel sinsentido del partido contra un combinado israelo-palestino), la mini gira ha tenido lugar y deja a Israel como el vencedor indiscutible de la misma. En los amistosos no gana nadie, se dice. Falso en este caso. Nada mejor para la política de Israel que refrendar la idea de conflicto que evoca dos enemigos enfrentados. Los conflictos se pueden ganar (sobre todo cuando tus armas y escudos de última generación compiten frente a piedras y, en el peor de los casos, cohetes de fabricación casera); los regímenes de colonización y apartheid tienen peor venta en el mercado de la opinión mundial. Si el Barça se hubiera inclinado por la realidad, si hubiera sopesado su propuesta desde la óptica de un compromiso con la verdad y la ética, si hubiera tenido la misma valentía de un Stephen Hawking en su rechazo a ser cómplice de Israel, ¡qué gran impacto hubiera logrado en la opinión pública mundial! Por muy famoso y reputado que sea, Hawking no despierta las pasiones que un equipo de fútbol del calibre del Barça y un artículo científico no implica a tantos en su debate como un partido de fútbol, del que discuten eruditos y profanos. Dicho de otra manera: en un Telediario en España del Barça se hablará a diario; de ciencia...

Mientras la población general siga percibiendo mayoritariamente la situación en Israel - Palestina como la de un conflicto territorial con bandos enfrentados, esa paz por la que dice jugar el Barça seguirá muy lejos. Mientras la denuncia del régimen colonial y de apartheid quede en manos de las mismas incansables asociaciones y oenegés, que se desgañitan a diario con sus escasos medios, y no del conjunto mayoritario de la sociedad, la política y los medios, Israel seguirá ganando milímetro a milímetro, casa a casa, terreno a terreno, la batalla de su propio delirio. 

No nos engañemos. Para el ciudadano medio no tiene el mismo crédito la denuncia de asociaciones o movimientos minúsculos -a los que con facilidad se desacredita desde (y con) los poderosos medios del establishment (la radicalidad tiene muy mala prensa)-, que si ésta llega desde un club deportivo de la dimensión social del Barça o desde los medios de comunicación tradicionales, con (todavía) fuerte tirón en la conformación de la opinión pública. El día en que una mayoría se atreva a llamar a las cosas por su nombre y no se midan gestos y palabras en función de los propios intereses, como ha hecho el Barça, estaremos entonces cerca de algo más justo y noble que la paz: la justicia.

© Carlos Pérez Cruz

PD: Gana Israel, pierde la justicia, disfrutan los niños. La felicidad que los niños (y no tan niños) de la castigada Dura han sentido por ver de cerca a quienes sólo imaginan de lejos es la única victoria palestina. Como me decía esta mañana Quique, gran tipo, periodista y conocedor de la realidad en la región: "el alma necesita un alegron para poder seguir nadando".

viernes, 2 de agosto de 2013

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 8)

Contenidos del octavo programa de Todos los caminos están cerrados:

Ana Alba, Quique Kierszenbaum, Ana Cárdenes y Carmen Rengel (Foto: Carlos Pérez Cruz)
Entrevista con los periodistas Ana Alba, Quique Kierszenbaum, Ana Cárdenes y Carmen Rengel, autores del blog Cuadernos de Oriente Medio, desde Jerusalén. Ana Alba ejerce de corresponsal para 'El Periódico de Catalunya', Quique Kierszenbaum, entre otros, para la Televisión Nacional de Uruguay, Ana Cárdenes para la agencia EFE y Carmen Rengel para la Cadena SER y 'El País', además de otros medios digitales. Conversamos con ellos sobre su proyecto conjunto, de la situación de Israel y Palestina a partir de su propia experiencia vital y profesional y de las complejidades del ejercicio del periodismo en esta región del mundo.



A lo largo del programa, y por este orden, suenan las siguientes músicas:

Naqsh Ensemble - Raqs
DAM - G'areeb Fi Bladi (Stranger in my own country)
Noa & Mira Awad - A word
Jorge Drexler - Milonga del moro judío
Mohammed Assaf - Ya Rayt Fiyyi Khabiha
Le Trio Joubran - Roubbamma
Anouar Brahem - Été andalous

jueves, 1 de agosto de 2013

Postal de Jerusalén


En fotografía, tan importante es lo que se muestra como lo que se oculta. La historia está llena de grandes ocultaciones, sutiles manipulaciones que modifican sustancialmente la comprensión. Igualmente manipulables son las palabras, las que se eligen y las que se descartan. 

Desde el espléndido mirador del parque Trotner al que me lleva Carmen, los ojos se admiran con la singular belleza de la ciudad vieja de Jerusalén, las murallas que la circundan y el brillo dorado de la cúpula de la mezquita de Al-Aqsa. Si además anochece, la visión es mística. Los ojos eligen la postal turística y resulta difícil abstraerse de la hipnosis de tan sublime escenario. Los objetivos se concentran en él y las parejas y familias se sientan y orientan su mirada hacia allí. Pero, ¿qué sucede si abrimos el plano?

Cuanto más al Oeste...

El mirador abarca un extenso paisaje y el embrujo de la joya jerosolimitana apenas admite puntos de fuga. Un vistazo hacia el Oeste lo es hacia la funcionalidad del moderno Jerusalén del siglo XXI. Cuanto más al Oeste, más se confunde con cualquier urbe occidental. Pulcritud constructiva, bloques de oficinas, zonas ajardinadas, un pinar que invita a protegerse del sol abrasador. Pero, ¿y si la mirada gira hacia su oriente?

Mientras Carmen me descifra el paisaje bajo la austera sombra de un árbol, aparecen dos jóvenes en la terraza en la que nos encontramos. Uno de ellos luce kipá y habla, el otro escucha, a veces interroga. Tengo enorme curiosidad por saber qué le cuenta, habla en castellano. Señala con su mano hacia la ciudad vieja y, al igual que hace Carmen conmigo, parece desentrañar a su compañero los misterios de la geografía, aunque la direccionalidad de sus gestos parece limitarse a la ciudad amurallada. Después de un largo monólogo apenas audible, se dirige a nosotros en inglés para pedirnos que les hagamos una foto. Pronto acudimos al idioma común, son argentinos. Posan alegres y dejan un espacio entre ellos para que quede encuadrada la ciudad vieja. Sus cuerpos le ponen en la foto marco judío a un escenario en disputa histórica entre israelíes y palestinos. Después bajan a una zona ajardinada bajo el mirador y vuelven a pedirnos el mismo fondo para su posado. Le confieso a Carmen que siento la tentación de apuntar la cámara hacia la derecha. Pero, ¿por qué? ¿Qué paisaje nos ofrece el mirador en esa dirección? ¿Qué tiene de particular para que me resulte tentador dejarlo impreso en la memoria fotográfica de esa cámara en particular?

Cuanto más al Este...

Carmen, paciente y dedicada anfitriona, me lee el paisaje y me cuenta que cada tarde, como haré yo ese mismo día, acuden autobuses de turistas para fotografiar el anochecer sobre Jerusalén. Fijan su vista y sus cámaras al frente. Miran la historia, la belleza del pasado. ¿Y el presente? El presente hay que mirarlo con atención para entenderlo en toda su sutil degradación. Lo definen sus cicatrices. El presente es una discriminación racista y colonial cincelada en unas calles que cuanto más al Este menos asfalto tienen (si es que alguna vez lo tuvieron), que cuanto más al Este más tórridas y desérticas, más abandonadas a su suerte. Casas de cemento visto, edificios a medio construir (los permisos de construcción para palestinos en Jerusalén Este jamás alcanzan el 1% anual (¡!). Los de derribos…). Donde en el Oeste el verde da un respiro al paisaje, al Este la tierra está seca, duele a los ojos bajo el sol de primera hora de la tarde. En apenas unos cientos de metros queda expresada la naturaleza discriminatoria de la política israelí. La postal obvia el Este para ocultar el olvido consciente de quienes pagan igualmente sus impuestos y reciben órdenes de derribo, colonos en sus casas (barrio de Silwan) e incluso complejos turísticos que se pretenden de base histórica (Ciudad de David). Pero los ojos nos son suficientes por sí mismos. Los ojos sólo ven cuando hay voluntad de mirar y sólo entienden cuando son capaces de pensar. Pero, ¿quién quiere pensar cuando la ciudad vieja seduce todos los sentidos?



El joven de la kipá rehúsa subir por las escaleras y escala el murete que separa el mirador en el que nos encontramos del jardín al que han bajado para hacerse la segunda de las fotos. Le admiro por ello, muestra una excelente forma física y habilidad trepadora. Se lo hago saber. Su respuesta es brillante. Resume –sin él saberlo- la naturaleza del Israel al que ha servido militarmente: “Después de hacer el servicio militar eres capaz de cualquier cosa”. ¡Exacto! Quizá por eso Israel pretende evitar cualquier denuncia de Palestina en la Corte Penal Internacional. Porque Israel es capaz de “cualquier cosa”. También de berlinizar el paisaje del Medio Oriente con el muro del apartheid que corona la visión panorámica en su mirada más oriental. Allá luce mortecino ese infame bloque de cemento que encarcela a los palestinos de Cisjordania, que anexiona tierras violando toda legalidad territorial e impide el libre tránsito de personas. “Cualquier cosa”, solidificada.

Allá luce mortecino ese infame bloque de cemento...

Desde el mirador del parque Trotner sólo se precisa abrir un poco más el plano para que la belleza de la ciudad vieja no excluya el horror y se convierta en postal tramposa. Mirar al frente e ignorar el Este es un acto de cobardía. Es asumir el horror del muro y lo que oculta detrás: las vidas asfixiadas de los palestinos y la aberrante colonización que crece y se extiende como un cáncer en el maltrecho cuerpo de los Territorios Ocupados. Y ese muro no hay coloso que lo escale. No hay servicio militar que te prepare para treparlo. Mirarlo, fotografiarlo y pensarlo es una forma de derribarlo. Ignorarlo le convierte a uno en cómplice. Porque en la vida, tan importante es lo que se ve como lo que no se quiere ver. Lo que se cuenta, como lo que no.

© Carlos Pérez Cruz (Texto y fotos)