viernes, 28 de diciembre de 2012

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 5)

Contenidos del quinto programa de Todos los caminos están cerrados:

Wassim Qassis (Foto: Jadal Group)
Conversación con el intérprete de buzuk, oud, percusionista y compositor Wassim Qassis. Músico residente en la ciudad de Beit Sahour (área de Belén), forma parte del grupo Jadal. Además de su actividad como instrumentista, Qassis es profesor y compone música para diferentes películas documentales sobre la realidad de la ocupación israelí. La entrevista está realizada por Carlos Pérez Cruz y Luisa Coque Martínez e ilustrada con música de algunos de los proyectos del músico palestino. Puedes escucharla en el reproductor situado bajo estas palabras y leer la transcripción en este enlace:



Wassim Qassis y Luisa Coque (Foto: Carlos Pérez Cruz)
Wassim Qassis y Carlos Pérez Cruz (Foto: Luisa Coque)

jueves, 6 de diciembre de 2012

Sahar Vardi, el precio de la insumisión en Israel

Sahar Vardi (Jerusalén, 1990) forma parte activa de algunos de los escasos movimientos civiles que en Israel se oponen a la ocupación de los territorios palestinos. Vardi se negó a hacer el servicio militar obligatorio, motivo por el que ha sido encarcelada en su país. El miércoles 5 de diciembre ofreció en la librería 'La hormiga atómica' de Iruñea - Pamplona una conferencia bajo el título de Refusenik - El precio de la insumisión en Israel que puedes escuchar y leer íntegramente en este enlace.

 

Hay probablemente dos factores fundamentales en la forma en la que crecemos. Nos educan desde muy pequeños, por un lado, en el miedo y, por el otro, en la militarización.

Nos reunimos en torno a la mesa, con comida, se canta y hay una canción que entonamos todos unidos que se podría traducir algo así como: en cada generación alguien intentó exterminarnos. La semana siguiente se celebra el día en memoria del Holocausto. La siguiente, el Memorial por los soldados y la mañana siguiente es el 'Día de la Independencia'. En muchos sentidos ese es el concepto: siempre ha habido alguien que ha tratado de asesinarnos - el Holocausto es, obviamente, un buen ejemplo de eso -, y por ello los soldados tienen que luchar y morir para que puedas tener un país.

En el jardín de infancia. A un lado, los números del uno al diez y al otro, símbolos. Así que tienes tres recuadros que tienes que relacionar con el número tres. Los símbolos son aviones, tanques, el símbolo de la fuerza de defensa del ejército israelí. Y eso tan sólo para aprender a contar. Hay símbolos militares en todas partes, toda tu vida rodeado por ellos.

... un militar de dieciocho años regresa a casa para el fin de semana y lleva su arma consigo. El fin de semana sale a beber, a pasárselo bien con los amigos y muchos de ellos llevan las armas consigo. Así que es algo que te acostumbras a ver.

Y el colegio que habíamos pintado quedaba al otro lado de la valla, así que los críos tenían que pasar todos los días por un checkpoint para llegar al colegio. Y esa era una realidad que yo no podía entender. Quiero decir… mi vida continuaba siendo básicamente la misma, como si fuera de hecho cualquier ciudad europea. Para mí la idea de la ocupación es también la de las historias horribles que escuchas sobre gran violencia aquí y allá pero, sobre todo, para mí es la de la vida cotidiana. Cuando, literalmente, te levantas cada mañana y tienes que pasar por un soldado y enseñar tu carnet de identidad para poder llegar al colegio.

Y los soldados empezaban rápidamente a disparar gas lacrimógeno… Para mí eso resultaba una situación muy extraña porque crecí sabiendo que los soldados estaban para defenderme, que ese era su propósito y que los palestinos eran, obviamente, mi enemigo. Y entonces llegas a esta protesta y los soldados te disparan y son los palestinos los que te dan cebollas para protegerte del gas lacrimógeno y se entra en una dinámica en la que no sabes quiénes somos nosotros, quiénes ellos y quién está contra quién.

Yo pasé unos dos meses en una prisión militar y otros tres en detención. Fui liberada oficialmente por mi enfermedad mental, así que también estoy oficialmente loca.


... todos los primeros ministros pasaron por el ejército aunque no fueran generales. Cuando permites que antiguos militares dirijan un Estado, cuando resuelven cualquier problema lo resuelven como soldados, lo resuelven mediante acciones militares porque es lo que ellos conocen.

... cuando Estados Unidos quiere construir la valla entre ellos y México para prevenir la inmigración, cogen la tecnología de la valla que está comprobado que funciona en Cisjordania. Cuando Francia quiere comprar nuevos drones para enviar a Afganistán, compra los que Israel probó que funcionaron en los ataques a Gaza de 2009. Y aquí es donde puedo dirigirme a vosotros, porque esta economía militar es algo verdaderamente global. La ocupación es únicamente sostenible gracias a todos estos gobiernos que siguen diciendo que están contra ella y a la vez la están subvencionando y comprando sus productos.

La reacción de la Autoridad Palestina no es menos violenta que la israelí. Arrestan a lo loco, golpean… bueno, también hemos oído que en Madrid utilizan pelotas de goma contra los manifestantes. Quiero decir que la Autoridad Palestina actúa como cualquier otro Estado cuando su juventud trata de levantarse de forma crítica. Así que quizá merezcan ser un Estado, han probado que pueden hacerlo.

No tengo aquí mi carnet de identidad pero el Ministerio del Interior tiene tres clasificaciones. La primera es tu pasaporte, tu ciudadanía, que es israelí. La segunda es la nacionalidad, que no es israelí. Es judía o árabe o drusa, que son los grupos principales. El tercero es la religión. Y de nuevo, la religión puede ser judía, cristiana, musulmana, budista… la que sea. En lo que concierne al gobierno de Israel estas son cosas separadas. Así que cuando preguntas por otros Estados musulmanes, Israel no se ve igual que ellos porque lo que ellos ven como judaísmo es la nacionalidad y no la religión. Así que en lo que se refiere a la división que hace Israel, el Estado no es un Estado religioso, es un Estado Nacional Judío.

Hay un dicho que dice que un pesimista es el que piensa que las cosas pueden empeorar y un optimista es una persona que cree que, ¡sí, pueden empeorar! Así que creo que ese es el punto en el que nos encontramos.

Las películas son muy críticas. Nuestro Ministro de Exteriores, Lieberman, que podría formar parte de nuevo del próximo gobierno, ha sugerido un contrato específico para directores de cine que deberían firmar un acuerdo de lealtad con el Estado. Y eso es porque sí, el cine es muy crítico.

Oficialmente el 35% del presupuesto palestino es para la policía; es superior al de Israel que ya es lo suficientemente alto. Y todo ese es dinero estadounidense, en ambos casos. Dónde ponen el dinero todos estos políticos tiene poco que ver con la población palestina y sí con los intereses de Estados Unidos o con los intereses de la industria armamentística. Esa es otra perspectiva más allá de la corrupción, que es muy obvia en la Autoridad Palestina. Casi ni siquiera tratan de ocultarla.

En 2009 o 2010, Hillary Clinton estuvo en Israel y dijo que debían detener las demoliciones en Jerusalén Este y mientras permaneció en el país hubo demoliciones. Se lo tomó como algo personal y aparentemente abroncó a las personas adecuadas. Desde entonces hasta hoy, de las cien casas que se solían demoler al año, se pasó en Jerusalén a quizá un par de docenas, incluso no tantas.

Hay un sitio web que se llama ‘Who profits?” que tiene un mapa con todas las organizaciones y corporaciones que sacan beneficio de la ocupación israelí. Debería ser lo suficientemente aproximado para ver qué corporaciones internacionales están implicadas aquí y allí y así poder afectar a vuestra decisión de dónde poner vuestro dinero o en qué dirección presionar a vuestro gobierno sobre dónde pone vuestro dinero. Estas son cosas que, al final, realmente tienen influencia sobre el terreno.

 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Los sonidos de Jerusalén

Celebración del Bar Mitzvah en Jerusalén (Foto: Kristina Palacios)
Sagrada para las tres principales religiones monoteístas, Jerusalén es una ciudad vibrante y esquizofrénica, de complejos equilibrios y contrastes. Hace unos días volvieron a sonar las alarmas en la ciudad y por ese motivo, en la sección musical de "Más Vale Tarde" (Radio Vitoria - EiTB), escuchamos cómo suena Jerusalén. Tanto en grabaciones de campo realizadas por Carlos Pérez Cruz como a través del ambicioso y complejo proyecto "Jerusalén, la ciudad de las dos paces" del violagambista Jordi Savall.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Muro de horror


El muro, en los alrededores de Belén (Fotografía: Bárbara Gras)

El ser humano tiene la virtud de hacer cosas maravillosas que enamoran a nuestros sentidos. Pero la bondad, lamentablemente, brilla por contraste. El ser humano tiene la capacidad – más que documentada y demostrada – de anular los sentidos, de perderlos, de cegarlos. Hay en tierras palestinas un ejemplo devastador de lo peor del ser humano: un muro que ciega, que anula, que se pierde en la inmensidad del paisaje quebrándolo, dividiéndolo e hiriéndolo de forma casi irreversible. Lo peor de ese muro no es que sea ilegal, es que exista.
 
Nos perdemos muchas veces en el debate lingüístico de las leyes, en la letra pequeña de los artículos que buscan encaje en un orden legislativo y nos olvidamos de que las leyes no brotan de un orden natural, de una justicia moral inequívoca. Nos olvidamos de que toda frontera, toda valla, muro, murete o barrera articulada contraviene la lógica del espacio físico, pone trabas artificiosas a un paisaje que de por sí reta nuestra capacidad de movilidad. Por eso duele ver cómo el ser humano se ha especializado en hacer nuestra vida en este mundo más dificultosa, hasta el punto de, incluso, hacerla imposible e insoportable.

El muro, a las puertas de casa (Fotografía: Kristina Palacios)

Resulta insoportable imaginar que para cruzar a la acera de enfrente tuviéramos que conducir más de un centenar de kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, cuando nuestro objetivo está a apenas unos pasos. Pero más insoportable que imaginarlo es vivirlo, y eso sucede y es cotidiano para muchos palestinos que han visto cómo sus relaciones sociales y familiares o su trabajo son segados por la afilada cuchilla de un bloque de cemento fatal que el gobierno ocupante de Israel lleva trazando desde 2002.

El primer impacto del muro lo recibí en la ciudad de Belén. Todavía recuerdo la sensación de atrezo carcelario al toparnos con él en nuestro primer día en Palestina. Pero más allá de su estética carcelaria – evidente a todas luces –, los sentidos se sobresaltaron ante la negación de un horizonte. El espacio desaparece de pronto y es como si el aire faltara y la vida decidiera negarse a brotar. Hay vida porque sobre el muro lucen mensajes de optimismo y lucha, bellos murales que, en realidad, nunca debieron existir. Pero existen, como existió el Muro de Berlín y cayó y como caerá éste, aunque hoy siga su avance cancerígeno.

El primer impacto del muro, en la ciudad de Belén (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

El aberrante muro israelí es una camisa de fuerza que aprieta con agresiva (y teórica pasividad) el malherido cuerpo palestino, socavado en cada uno de sus rincones por una suerte de cáncer que se agrava conforme avanza la ocupación y crecen las colonias (esas células enfermas que van tomando contacto unas con otras para tratar de ocupar todo el espacio). Los motivos de seguridad que esgrime Israel son una excusa tan peligrosa como la utilizada por el nazismo para encarcelar a judíos (y otros “enemigos”) hasta su exterminio. No hay demagogia en estas palabras, no para quienes hemos tenido la “suerte” de viajar a Palestina y verlo con nuestros propios ojos. El muro está ahogando a todo un pueblo, suspira a su necrosis, a su disecación. Se eleva y ensombrece, deja sin luz la vida de miles y miles de personas.

El muro es la parte visible de un entramado carcelario que juzga culpable a toda una población. Castiga de antemano los crímenes no cometidos, como un canon preventivo de delincuencia. El muro se franquea sólo por unos puntos muy concretos – algunos, lo dicho, obligan a desplazamientos de cientos de kilómetros para trayectos de apenas unos pocos metros – y para cruzarlo es obligado sufrir un proceso de humillación irritante en el que el carcelero utiliza tácticas que lo deshumanizan y que desmoralizan a quien las padece. Todo ello en escenarios aterradores: verdaderas terminales a cubierto cuyo camino de salida está trufado de puertas giratorias, escáneres y cuartos cerrados al antojo de las “autoridades” militares y de la seguridad privada (la gran beneficiaria de este negocio redondo que es el muro), armados ellos hasta los dientes. Un escenario de película de horror en el que voces metalizadas y saturadas, muchas veces ocultas tras un cristal tintado y blindado, inyectan por megafonía un odio que rebota y envuelve el llanto de aquel bebé (imposible borrarlo del recuerdo) hasta crear una abominable sinfonía de pavor.

Acceso al paso del muro entre Belén y Jerusalén (Fotografía: Bárbara Gras)

Por encima de cualquier consideración legal, el muro tiene el deber humano de ser derribado. Aunque sólo sea para que desaparezcan esos focos que apuntan a apenas un metro de distancia hacia la ventana del dormitorio de esa casa que sigue en pie (no todas han tenido esa suerte) y que contemplamos atónitos en un pequeño pueblo dividido en dos del norte de Cisjordania. 

Focos dirigidos al dormitorio (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

No hay nada de inocente en ese martirio lumínico como tampoco lo hay en dejar llegar hasta el último de los varios controles a esa mujer que procuraba alcanzar el otro lado de la mano de sus tres hijos, y a la que se le denegó el paso de éstos después de superar un primer escáner corporal, esperar a que se abriera una puerta giratoria, pasar por otro escáner corporal para ella y sus pequeños, más otro para sus pertenencias, quedar encerrada en el espacio de apenas un par de metros cuadrados mientras revisan la documentación (con la cortina de la garita echada) y estar permanentemente vigilada por cámaras y mercenarios armados que caminan por las pasarelas superiores. Sus lágrimas de desconsuelo y humillación, mientras arrastraba la bicicleta de uno de sus hijos - obligados a volver sobre sus pasos -, permanecen en mi memoria como una instantánea imborrable que nos obliga a gritar contra Israel hasta que su muro, en vez de devolver el eco de nuestra furia, caiga por su propio peso: el de la mala conciencia y el horror.

© Carlos Pérez Cruz

jueves, 1 de noviembre de 2012

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 4)

Contenidos del cuarto programa de Todos los caminos están cerrados:

Visita a la ciudad de Hebrón. Reunión con Walid, del Comité de Rehabilitación de Hebrón. Visita a la Mezquita de Ibrahim. Controles militares en el núcleo urbano. Vista panorámica. Paseo por calles de la ciudad vieja. La música del conflicto: la fábrica de kufiyas.



La calle está cortada. No puedes salir de allí salvo por una ratonera de vallas, puertas giratorias y escáneres de metales. Uno por uno. Como presos en la cárcel. Al salir de la ratonera: un soldado armado. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)
Es Walid, relaciones públicas del Comité de Rehabilitación de Hebrón, una entidad que recibe el soporte, entre otros, del Gobierno Español a través de Cooperación Española. Una de tantas incongruencias y paradojas de la política europea respecto a Palestina. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)
Entre tus ojos y la luz, una valla. En ella se acumulan todo tipo de desechos. ¿Por qué han vallado el cielo?, te preguntas. Está vallado porque encima de esas tiendas, de esas bajeras comerciales, quien más te odia ha ocupado las viviendas superiores y ha expulsado a tus vecinos. La verja te separa de su ira... y su mierda... (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)
Desde nuestra posición podemos ver cómo un militar camina por otra azotea y con su arma, nada ligera, se asoma en ocasiones a echar un vistazo (Fotografía: Bárbara Gras)

domingo, 30 de septiembre de 2012

Todos los caminos están cerrados (Programa 2)

Contenidos del segundo programa de Todos los caminos están cerrados:

Viaje a Belén y visita a la Basílica de la Natividad. Ambiente en los exteriores: música y baile en la Plaza Manger frente al Bethlehem Peace Center. Visita al proyecto 'Tent of Nations' y encuentro con la familia Nassar, que vive allí desde 1916 y está siendo acosada por los asentamientos israelíes que rodean su espacio. La música del conflicto: Gilad Atzmon, Robert Wyatt y Ros Stephen.


Imágenes asociadas:

Al recinto se accede por una pequeña puerta que obliga a inclinarse. Un forzoso gesto de genuflexión que nos adentra en un recinto cargado de historia, también reciente. En 2002 el ejército de Israel sitió la basílica y mató e hirió a varios palestinos que se habían refugiado en ella en los días de la más virulenta Segunda Intifada. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz).
El paritorio original es un guirigay algo claustrofóbico. Un pequeño espacio subterráneo donde la acumulación de cuerpos carga el ambiente hasta hacerlo casi irrespirable. Imposible imaginar allí el parto del niño Jesús. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz).

La música está enlatada. Es la que impulsa el baile tradicional palestino de un grupo de niños y adolescentes que cubren el pelo con sus kufiyas blancas y negras, enfundados en unos largos camisones de rayas verticales también blancas y negras que les cubren hasta las rodillas. A modo de faja, un pañuelo con los colores de la bandera palestina. En ocasiones, durante su baile de anárquica sincronía, golpean el tablado del escenario con sus pies, convirtiéndolo en instrumento de percusión. (Fotografía: Lucía Barros Miñones)
Un mosaico ejemplifica el diálogo por la paz entre un judío israelí y un palestino musulmán en 'Tent of Nations', tal y como nos explica uno de los hermanos Nassar. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz).
Silvia, Ainhoa, Issa y Daoud Nassar, de 'Tent of Nations', durante la charla (Fotografía: Bárbara Gras)
De paseo por los terrenos de 'Tent of Nations'. Al fondo, uno de los asentamientos de colonos israelíes. (Fotografía: Bárbara Gras).
En condiciones normales hubiéramos llegado en diez minutos pero la construcción del muro por parte de Israel y los asentamientos de colonos israelíes obligan a dar una inmensa vuelta que multiplica por cuatro la duración del trayecto. (Fotografía: Kristina Palacios).