martes, 24 de diciembre de 2013

Cuento palestino de Navidad*

Luna llena sobre Belén (Foto: Carlos Pérez Cruz)

Con el pelo cubierto por un pañuelo y el cuerpo embutido en un discreto uniforme naranja tostado, sus zapatos llevaban adosado el broche de una flor. Me pareció un precioso detalle de coquetería. Si los preceptos dicen que debo ir cubierta, que oculte mi belleza en nombre del Señor, al menos que una flor brote y me distinga.

Mantuvimos una breve conversación. Yo iba en el asiento inmediatamente posterior al del conductor y ella en primera fila de la derecha, unos centímetros delante de mí. Era el único extranjero en el autobús. Ella, probablemente mucho más joven que yo, viajaba sola con su bebé. Cuando subí al vehículo, ella ya estaba.

Acababa de despedirme de mi amigo Issa en Beit Jala, una pequeña localidad palestina limítrofe con Belén (yo no distingo dónde empieza una y acaba la otra). Issa fue mi guía en la primera visita a Palestina y ahora es un amigo generoso como pocos. La noche anterior lo llamé desde Jerusalén para contarle que había quedado en Hebrón con una joven estudiante de periodismo y que me gustaría que me acompañara para ayudarme con la traducción (Issa habla perfectamente castellano, pasó unos años en México). Me dijo que sí, que además tenía que hacer unos recados allí, que lo hacía encantado. No sólo dejó de hacer sus recados (suponiendo que los tuviera) sino que no quiso cobrarme nada por su trabajo.

El viaje entre Belén y Hebrón es especialmente clarificador para comprender qué significa la ocupación israelí de Palestina. A izquierda y derecha de la carretera se extienden las malditas colonias, esos puestos de avanzada de los cowboys judíos en la conquista de su particular Oeste (al Este). Cuanto más próximos a Hebrón, más se intuye su grado de fanatismo. Sólo un extremismo ideológico permite explicar su presencia allí, donde más lejos están del país que en 1948 se inventó para ellos; donde más hieren y más difíciles hacen las condiciones de vida de quienes legítimamente viven en los pueblos de la zona, cuya vida se ve impedida hasta extremos insufribles por la presencia militar israelí que presta sus servicios en la defensa de la avanzadilla colona. Hebrón, por supuesto, es el paradigma de la ocupación, una ciudad en la que no se entiende cómo sus habitantes todavía mantienen la cordura, habida cuenta de que el tumor está en el corazón de sus calles y sobre sus cabezas apuntan militares apostados en azoteas y garitas de control.

Nada más abandonar Hebrón en un taxi colectivo, escuché disparos. Vi asomar un tanque. “Es un campo de tiro del ejército israelí”, me explicó Issa como si lo más normal del mundo es que el ejército tanzano hiciera prácticas en plena Puerta del Sol de Madrid. Kilómetros más adelante vi unos colonos armados al borde de la carretera (definitivamente su fanatismo no se intuye, se constata); después dos militares cruzando desde un punto de control militar que, visto a la ida, parecía abandonado, convertido su cemento armado en un lienzo contemporáneo de pinturas arrojadas aleatoriamente (¿cuánto se pagaría por él en Christie’s?). Vehículos militares circulaban por la carretera de un país que no es el suyo.

Vehículos militares circulaban por un país que no es el suyo (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

Como se había hecho tarde para llegar a comer a Jerusalén, Issa me invitó a su casa. Su mujer había cocinado esas deliciosas hojas de parra rellenas de arroz y verduras (warak enab) tan habituales en la dieta palestina. Tomé café, charlé un rato con ellos y después Issa me acompañó al lugar en que debía coger el autobús de vuelta a Jerusalén. Nos abrazamos, le di las gracias (¿qué otra cosa podía darle, ya que no aceptaba mi dinero?) y esperé al autobús. Llegó, el conductor me reprendió (Issa, ese no era el lugar exacto en que debía parar…) y me senté. Issa me había avisado: “Cuando llegues al checkpoint os harán bajar del autobús y te pedirán el pasaporte”.

Ella empezó a mirarme. Me escrutaba sin especial discreción, curiosa. “¿De dónde eres?”, rompió el silencio. “De España”, le dije. “¿Es bonito?”. “Es más bonito Palestina”, le respondí. No se me olvida su mirada estupefacta, un “¿bonito esto?” sin palabras. Creo que le pregunté por la edad del crío y su nombre y no nos dio tiempo a mucho más. El autobús llegó al checkpoint, se detuvo y varios pasajeros bajaron. Viendo que algunos permanecían en él, me quedé en mi asiento. Al poco subieron dos militares armados. Sin mediar palabra fueron mirando uno por uno los permisos de los palestinos del autobús y mi pasaporte. Le miré a ella en un discreto gesto cómplice de reprobación por la presencia militar. Ni se inmutó, como si aquello fuera tan cotidiano que lo contrario hubiera sido como un día de huelga solar. Recorrieron el vehículo hasta el último asiento contrastando los documentos, mirando las caras. Regresaron y bajaron. Quienes habían descendido, volvieron a subir. El autobús arrancó y siguió camino hacia Jerusalén. Mi parada estaba antes que la de ella. Le sonreí, le dije algo al niño y bajé del autobús.

La Navidad rodeada por el muro de apartheid (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

Lo vi marchar. La miré. Me devolvió una mirada inexpresiva. Se alejó camino de la ciudad vieja y me quedé pensando en Issa. Hacía menos de media hora que me había despedido de él, estaba a menos de diez kilómetros de mí y, sin embargo, no podría haberme acompañado. Para alguien como yo, que vive a miles de kilómetros de allí, resulta medianamente fácil cruzar de un lado al otro del muro de apartheid. Para mí, que no tengo antepasados ni raíces allí, ni tan siquiera sentimientos religiosos que me unan a Jerusalén o a Belén, llegar de la una a la otra me está permitido. Jerusalén está allí mismo, a menos de diez kilómetros de la Basílica de la Natividad, tal y como reza una placa en el lugar. Jerusalén está a la distancia de una cabezadita de diez minutos y, sin embargo, su puerta se aleja para los palestinos de Cisjordania como en una pesadilla, la de una ocupación militar de la que parece imposible despertar.

Carlos Pérez Cruz

*válido para cualquier estación y día del año.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 12)

Contenidos del duodécimo programa de Todos los caminos están cerrados:

Tomás Alcoverro (Foto: Ilya U. Topper - M'Sur)

Entrevista con el periodista Tomás Alcoverro (Barcelona, 1940). Es corresponsal del diario La Vanguardia en Beirut (Líbano), donde reside desde 1970. Conocedor como pocos de la complejidad de los países árabes, Alcoverro ha vivido y contado in situ algunos de los acontecimientos más relevantes de esta región, como las guerras del Líbano, Iraq o Siria, la ocupación israelí de Palestina o la revolución y posterior golpe de Estado en Egipto. Algunos de sus artículos y textos han sido recopilados en los libros El decano, Espejismos de Oriente y La historia desde mi balcón. Galardonado con prestigiosos premios periodísticos como el Cirilo Rodríguez, el periodista fue condecorado en 2012 con la Encomienda del Mérito Civil. Junto a él repasamos la actualidad e historia de Oriente Medio, sus memorias de Beirut o la situación actual del periodismo internacional.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Por cierto, ¿qué significa ‘Apartheid israelí’? (por Amira Haas)

La meticulosa subdivisión de la población en Israel está guiada por el principio de desigualdad que beneficia a la clase dominante.


¿Qué quieren decir quienes hablan de ‘Apartheid israelí’? 

Está claro que no se refieren al racismo biológico oficial y popular que rigió Sudáfrica. Es verdad que aquí no faltan actitudes racistas y arrogantes, con sus correspondientes matices religiosos y biológicos, pero si uno visita nuestros hospitales puede encontrar árabes y judíos entre médicos y pacientes. En ese sentido, nuestros hospitales son el sector más saludable de nuestra sociedad. 

Quienes hablan de ‘Apartheid israelí’ se refieren a la filosofía de “desarrollo separado”, que fue la que prevaleció en la vieja Sudáfrica. Ese era el eufemismo que se utilizaba para el principio de desigualdad, la segregación deliberada de la población, la prohibición de “mezclarse” y el desplazamiento de los no-blancos de sus tierras y recursos para que fuera explotados por los dueños de la tierra. Aunque aquí las cosas se justifican por “motivos de seguridad”, con referencias a Auschwitz y a un patrimonio de origen divino, nuestra realidad está dirigida a partir de la misma filosofía, respaldada por leyes y la fuerza de las armas. 

¿Por ejemplo? 

Existen dos sistemas legales en Cisjordania, uno civil para los judíos y uno militar para los palestinos. Son también dos infraestructuras separadas, lo que incluye carreteras, electricidad y agua. El de primera calidad y expansivo es para los judíos mientras que el inferior y restrictivo es para los palestinos. Hay bolsas locales, similares a los bantustanes de Sudáfrica, en los que los palestinos tienen autonomía limitada. En ellos se utiliza un sistema de restricciones de viaje y permisos desde 1991, justo el año en que un sistema así quedó abolido en Sudáfrica. 

¿Significa eso que el apartheid existe sólo en Cisjordania? 

Para nada, existe en todo el país, desde el mar hasta el río Jordán. Prevalece en todo este territorio en el que viven dos pueblos regidos por un gobierno elegido por sólo uno de ellos que determina el futuro y el destino de ambos. Los pueblos y ciudades palestinas se ahogan debido a los deliberados planes restrictivos en Israel, los mismos que aplican en Cisjordania. 

Pero los palestinos son ciudadanos israelíes que participan en la elección del gobierno, al contrario que en Sudáfrica. 

Eso es verdad. Las dos situaciones son similares, no idénticas. Los ciudadanos árabes votan aquí, pero se les aparta de los procesos de toma de decisiones que tienen que ver con su destino. Hay otra diferencia. En Sudáfrica, un componente esencial del sistema era la férrea superposición de raza y clase, con la explotación de la clase trabajadora negra para los intereses de los propietarios blancos. El capitalismo israelí no depende de los trabajadores palestinos, aunque el menor coste salarial de los trabajadores palestinos jugó un papel importante en el rápido enriquecimiento de diferentes sectores de la sociedad israelí después de la guerra de 1967. Sudáfrica tenía cuatro grupos raciales (blancos, negros, mestizos y asiáticos). Cada uno ocupaba un escalón específico en la escalera de la desigualdad para que se pudieran perpetuar los privilegios de la población blanca. La raza blanca, los ingleses y afrikáners, se definían como una nación, a pesar de las enormes diferencias entre ellos, mientras que los negros africanos estaban divididos en varias nacionalidades dependiendo de las tribus. Esto aseguraba que los blancos fueran el grupo más grande. Aquí la separación está basada supuestamente en la geografía, diseñada para mantener y expandir los privilegios de los que disfrutan los judíos. 

Pero los judíos, ¿también padecen subdivisiones y discriminación? 

Sin duda, de acuerdo a su origen (judíos europeos frente a judíos árabes), lugar de residencia (centro contra periferia), veteranos contra recién llegados, o a partir del servicio militar. De manera que, en comparación con los palestinos, incluso los judíos más discriminados y oprimidos tienen más derechos que los palestinos que viven entre el mar y el río. Por ejemplo, la Ley de Retorno se aplica a los judíos de cualquier origen pero no a los palestinos, incluso a aquellos que nacieron aquí o cuyos parientes lo hicieron pero que ahora viven en el exilio. Del mismo modo, los judíos pueden cambiar de residencia libremente. Alguien de Tel Aviv puede reubicarse en Cisjordania, pero alguien de Belén no puede mudarse a las zonas costeras. 

La escalera de la desigualdad reserva diferentes peldaños para los residentes de la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y para los palestinos ciudadanos del Estado soberano de Israel. Estos grupos padecen diferentes grados en la violación de derechos humanos y civiles. Hay subdivisiones con las que se juega para fragmentar más a la otra nación que vive aquí, con diferentes enfoques en el área “C” –con áreas designadas en Cisjordania para los ciudadanos drusos, beduinos, palestinos, cristianos y musulmanes. Cualquier burocracia que crea subdivisiones y clasificaciones tan meticulosas está guiada por el principio de desigualdad que beneficia al grupo hegemónico. 

¿Hay más ejemplos? 

Brevemente, se puede mencionar el estilo afrikáner de las leyes Prawer en el área C de Cisjordania. Desde los años 50, el gobierno afrikáner en Sudáfrica desplazó a los residentes negros, mestizos y asiáticos de sus tierras y de sus casas para hacer hueco a los colonos blancos. Todo se hacía de acuerdo con las leyes blancas imperantes y la lógica legal. Esas fueron las bases coloniales del régimen de apartheid que se estableció más tarde. Aquí también se procede con los elementos coloniales de desplazamiento de los nativos de sus tierras en paralelo a las políticas de “desarrollo separado”. 

¿Hay alguna esperanza? 

El apartheid de clase de Sudáfrica no fue derrotado. Críticos de la izquierda culpan a Nelson Mandela y a otros líderes de haber buscado el entendimiento con el régimen anterior por el que los negros lograrían el derecho a votar pero los blancos mantendrían el poder económico. Mientras en Sudáfrica la pobreza sigue siendo “negra”, hay un grupo de negros africanos que sirvió de coartada porque se hizo muy rico. Sin embargo, no se deberían rechazar la transición hacia la democracia y los cambios sociales que tuvieron lugar en Sudáfrica como tampoco los métodos de lucha con los que combatieron Mandela y sus camaradas. Esa es la razón por la que los manifestantes israelíes y palestinos llevaban consigo la semana pasada sus fotografías en las manifestaciones que las Fuerzas de Defensa israelíes reprimieron por la fuerza. 

Pero, ¿no elogió Shimon Peres a Mandela con sinceridad? 

Mandela fue alguien muy indulgente. Peres jugó un papel importante en las relaciones económicas y de seguridad que Israel estableció con el régimen racista de Sudáfrica y con sus fundadores pro-nazis. Como uno de los padres fundadores de la empresa colonizadora en Cisjordania e instigador de la “solución útil”, carga con una gran responsabilidad por las políticas de “desarrollo separado” que predominan aquí

Nota: artículo publicado originalmente en el diario israelí Haaretz y traducido en exclusiva para este blog al castellano por Carlos Pérez Cruz con permiso de su autora.

Sobre Amira Haas: Nacida en Jerusalén (1956), es corresponsal en Territorios Ocupados para el diario Haaretz. Autora de varios libros, ha vivido tanto en Territorios Ocupados de Cisjordania como en la Franja de Gaza.

domingo, 8 de diciembre de 2013

El viaje hacia la justicia social de Nelson Mandela (por Jacobo Rivero)


Ronnie Karils, director de cine, escritor, veterano luchador contra el apartheid, miembro del comité ejecutivo del Congreso Nacional Africano de 1987 a 2007 y ministro de inteligencia de 2004 a 2008 relata en su autobiografía Armed and Dangerous una pequeña revisión sobre los años de reconstrucción tras la caída pactada del régimen segregacionista en Sudáfrica. En el libro señala: “Todos los medios para erradicar la pobreza, que era la promesa sagrada de Mandela y del ANC a los 'más pobres de los pobres', se perdieron en el proceso. La nacionalización de las minas y de sectores estratégicos de la economía, tal y como recogía la Carta de la Libertad fue olvidada. El ANC aceptó responsabilizarse de una vasta deuda heredada del apartheid, que debería haber sido denunciada. Se abandonó el impuesto sobre el patrimonio de los más ricos para financiar proyectos de desarrollo, y a las empresas nacionales e internacionales, que se habían enriquecido gracias al apartheid, se les perdonó cualquier reparación económica. Se adoptaron medidas presupuestarias extremadamente austeras que ataron las manos de futuros gobiernos.”

En la Rue Collacciopé de Marsella está el Centro Social y Cultural Nelson Mandela. El espacio sirve como sede para la realización de actividades sociales, actuaciones musicales o encuentros de todo tipo. En junio pasado, en el centro social, se realizó una fiesta de la comunidad kurda de Marsella, con la intención de pasar un buen rato juntos. Algo de música, comida, risas y bailes tradicionales. De Marsella a Diyarbakir hay un trecho, pero la voluntad de la noche era acercarse por un rato a la capital del Kurdistán turco. No es poco, según para quién, es mucho.

Decía Raymon que en Kenia faltaba un auténtico mutawalli. Una persona que cuide de la comunidad, un líder a quien se respete, alguien que no se dejara llevar ni por la corrupción ni por otros intereses que no fueran los de “servir al pueblo”. Raymon es músico, trabaja como profesor en la universidad de Nairobi, pero su familia vive en la costa, cerca de Malindi, donde las mejores playas están privatizadas para uso y disfrute -principalmente- de turistas italianos modelo Berlusconi en cuanto a corte, confección, ética y estética. Raymon vive durante el curso en la zona de Lavington, allí la mayoría de sus vecinos son músicos. En el bar de encuentro, una sola cerveza Tusker da para mucho. Si a la chapa de la botella, en vez de abrirla con un abridor, le haces un agujero en el centro con un clavo la presión aguanta más tiempo. Cuestión de optimizar la economía. En África la paciencia es virtud. Para Raymon, lo que faltaba en su país es un líder como Bob Marley, Martin Luther King o Nelson Mandela.

La escuela Boys and Girls High School de Brooklyn va a cambiar de nombre. A partir de ahora se llamara Nelson Mandela for Social Justice High School, para recordar la visita que les hizo Madiba en 1990. El multimillonario alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg, en los estertores de su mandato manifestó al anunciar el cambio: “En una ocasión el presidente Mandela señaló que la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Mandela estuvo allí en 1990, en una gira que hizo por Estados Unidos a los pocos meses de salir de la cárcel donde estuvo 27 años encerrado, muy poco tiempo después de que Ronald Reagan abandonara la presidencia del país. El ex actor de Hollywood no fue un entusiasta de la idea de aplicar sanciones al régimen apartheid de Sudáfrica. Justificó su postura comparando al país africano con una cebra: “Si atacamos a las partes blancas, también las negras mueren”.

El pasado mes de julio, el Ayuntamiento de Toledo, votó a favor de cambiar el nombre de una calle de la ciudad para poner el de Nelson Mandela. Lo hizo coincidiendo con el 95 cumpleaños del líder sudafricano, que nació el 18 de julio de 1918. Precisamente ese mismo día, pero de 1936, en España se produjo el golpe militar de Francisco Franco. Al grupo popular del Ayuntamiento no les pareció buena idea el cambio, la calle 18 de Julio, muy cerquita de la calle de la División Azul, debía permanecer con su denominación y votaron en contra de la decisión. El viceportavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento toledano, el señor López Gamarra, manifestó a los medios de comunicación: “Es un honor que se coloque el nombre a una calle a una figura como Nelson Mandela”, pero, según él, los que propusieron el cambio “buscan crear polémica y notoriedad con el nombre de una calle”.

En Palestina el sol abrasa los tejidos. La decoloración es la marca habitual de las fotografías que se exponen en escaparates de tiendas y casas. En el campo de refugiados de Aida, cerca de Belén, hay una peluquería decorada con varias fotos. En una se ve a Yasir Arafat dando la mano a Isaac Rabin, con Bill Clinton apadrinando el apretón, en otra se ve al preso palestino Marwan Barghouti y en una tercera a Nelson Mandela. La acción del sol ha desgastado las esperanzas, así que las imágenes quedan como recuerdo de aquello que pudo ser y no fue. La peluquería es lugar de reposo y conversación. El corte de pelo es una buena excusa para dejarse llevar, hablar de la vida, de fútbol, de la familia o tomar un té. En 1997 Nelson Mandela dijo “nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos”. En aquella ocasión, Mandela pidió a la ONU que tomara postura ante las “injusticias y violaciones de los derechos humanos en Palestina”. El Arzobispo Demond Tutu equiparó el régimen de Israel con el apartheid sudafricano, pidiendo el boicot, la desinversión y las sanciones hasta que no se respetasen los derechos del pueblo palestino.

En agosto del 2012 la policía sudafricana disparó contra una marcha de mineros que protestaba por su condiciones de trabajo. La fuerza armada, compuesta por policías negros y blancos, disparó a mansalva contra la multitud. Según el Sindicato Nacional de Mineros de Sudáfrica murieron 36 personas. La imagen dio la vuelta al mundo y abrió informativos. La compañía minera dijo que la huelga era “ilegal”. En las escalofriantes imágenes de la masacre se proyecta la misma perversión histórica de la injusticia y la impunidad. Una música familiar en muchas realidades del planeta. Al menos tres testigos que iban a declarar ante la comisión de investigación creada para determinar lo ocurrido en la mina de Marikana han muerto asesinadas en extrañas circunstancias en los últimos meses.

Hace unos pocos años Mandela dejó una frase a modo de referencia temporal de su lugar e inquietudes: “Seré un ciudadano del mundo comprometido, mientras tenga fuerzas, con la tarea de conseguir una vida mejor para las personas en todas partes”. El duelo por su muerte esta justificado, pero es desigual en función del punto desde el que se mire. De lo que no cabe duda es de que Nelson Mandela representó la esperanza para millones de personas. Pero en lugares como el centro social y cultural Nelson Mandela de Marsella, Nairobi, Brooklyn, los campos de refugiados palestinos o las zonas más desfavorecidas de Sudáfrica, tienen claro que queda mucho recorrido hasta finalizar el camino por la justicia social que Madiba emprendió.

Jacobo Rivero (publicado originalmente en 'Diagonal')

viernes, 29 de noviembre de 2013

Carne Cruda 2.0 'Especial Palestina' (con Eugenio García Gascón)

Programa especial sobre Palestina de Carne Cruda 2.0:

Eugenio García Gascón, Javier Gallego 'Crudo' y Carlos Pérez Cruz durante el programa

Emisión del viernes 4 de octubre de 'Carne Cruda 2.0' en la web de la Cadena SER en la que conversamos con Eugenio García Gascón sobre Palestina con motivo de la publicación de La cárcel identitaria (Libros del KO). Además, los sonidos y los testimonios de palestinos e israelíes recogidos por Carlos Pérez Cruz y la representación teatral de la obra Siete niños judíos de Caryl Churchill por la compañía de teatro Vuelta de Tuerca. (Gracias a Carne Cruda 2.0 y a la Cadena SER por permitirnos recuperar este programa para el blog).





Ella es Katya. Israel empezó a construir el muro de apartheid cerca de su casa y éste atraviesa la granja de su familia. Su padre estuvoe en la cárcel.. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

Un grupo de pastores cruzan un puesto de control militar de vuelta de sus tierras de labranza. El muro israelí las ha dejado al otro lado.. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

En las callejuelas de la ciudad vieja de Hebrón hay que atravesar controles militares para poder acceder a la Mezquita de Ibrahim. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

Shada Salhab, estudiante de periodismo en la Universidad de Hebrón, fotografía el cielo enrejado de su ciudad. (Fotografía: Carlos Pérez Cruz)

jueves, 21 de noviembre de 2013

Aleppo Rewind (por Francesca Borri)

Ruinas en Aleppo después de un ataque aéreo (© Fotografía: Stanley Greene)

“Relax”, dice Ahmed. Mientras atravesamos el último checkpoint de camino a la ciudad, un disparo de mortero rasga de pronto el aire. “Ahora que estás en Alepo, estás a salvo”. Y gira su cabeza para esquivar a un francotirador.

En mi primera estancia aquí, hace poco más de un año, ni siquiera llevaba velo debajo del casco. Más adelante, después del velo, pidieron que me pusiera un jersey de manga larga. Después del jersey, algo para que cubriera mis tobillos. Hoy, incluso un anillo de boda: “Porque debes caminar siempre junto a un hombre; el hombre al que perteneces”. Y debido a esa regla de los islamistas -porque la sharía es para muchos de ellos más importante que Bashar al-Assad-, ahora a los crímenes del régimen se suman los crímenes de los rebeldes. A los periodistas se les niega el acceso -17 de los nuestros están en este momento desparecidos-. Así que mi casco es hoy un velo. Mi chaleco antibalas es un nijab. La única manera de entrar en Alepo es pareciendo siria. De forma clandestina, sin preguntas en la calle, sin ni siquiera una libreta en la mano. “Pero no es por el velo”, me advierte una señora que de inmediato se da cuenta de que soy extranjera por mi piel, por mis dedos: “Hoy, para parecer siria, debes tener un aspecto sucio, demacrado y desesperanzado”.

Alepo no es otra cosa ahora que hambre e islam. En la calle la gente lo vende todo, parece que hubieran esparcido por el suelo todo el cuarto de estar: teteras, televisiones, teléfonos, manteles, interruptores de luz, todo. Para ser precisa, pedazos de todo: porque en Alepo no hay más que ruinas. Alguien te vende un coche de bebé, otro sus ruedas. En las callejuelas más estrechas, para huir del fuego de mortero, los típicos columpios para las celebraciones de Eid al-Adha, la fiesta musulmana en honor a Abraham: los chicos están a la derecha con sus kalashnikov de juguete, las chicas a la izquierda, ya veladas, mientras dos padres yihadistas con sus barbas, djellaba y cinturones suicidas las impulsan con cuidado.

Alrededor de un millón de sirios sigue viviendo aquí, en las áreas bajo control del Ejército Libre –aquellos que no pueden permitirse pagar 150 dólares por un coche que les lleve a la frontera con Turquía. Docenas de niños harapientos, descalzos, desfigurados por las cicatrices de la última epidemia de leishmaniosis, caminan tras los pasos de sus madres que igualmente están descalzas y en los huesos, de negro de pies a cabeza, cubiertas por completo, todas con cuencos en la mano buscando pan en una mezquita como en Somalia, como en un lugar en ninguna parte en medio de Etiopía, con la piel amarillenta por el tifus. Y te atraviesan con su mirada mientras pasas a su lado como todos los verdaderos niños de la guerra: que nunca son aquellos que mostramos en los periódicos, en las televisiones –aquellos que sonríen con gratitud cuando les das una galleta-. Porque éstos son, de hecho, los verdaderos niños: exhaustos, con la boca cerrada, sus ojos conmocionados por el horror o acribillados por los misiles de Assad, y de cuyos restos, cabezas, y brazos están sembrados los hospitales, donde las víctimas siempre llegan a pares. Porque en Alepo, junto a un cuerpo, está siempre el cuerpo de alguien que se arriesgó a rescatarlo y fue disparado por un francotirador –aunque ahora los médicos también son niños, “porque aquí todos se fueron o han muerto, y aunque el mundo piensa en el gas, siguen matándonos de todas las formas restantes”, dice Abu Yazen de 25 años, estudiante convertido en jefe médico. Admite que no sólo no tiene vendas con las que cubrir sino que no sabe cómo tratar a la mayor parte de sus pacientes: “Porque una cosa es amputar una pierna, otra tener que afrontar una isquemia”. Fuera, en la entrada, hay un puesto con un cepillo y un cubo: es el único antídoto disponible contra un ataque químico. Y, por supuesto, fuera quedan los cuerpos sin identificación, muertos. Levantan la sábana blanca para asegurarse de que no es un hermano o un primo.

En teoría, las zonas en poder de los rebeldes cuentan con una administración civil, el Consejo Revolucionario, pero éste ha sido designado desde el exterior por la Coalición Nacional que es la oposición a Bashar al-Assad forjada de forma artificial por la comunidad internacional, y aquí la gente no la tiene en consideración. Al contrario, la acusan de que habla de Siria desde el confort de los hoteles turcos de cinco estrellas. En cualquier caso, la recién creada municipalidad recibió sólo 400.000 dólares de los donantes para rehabilitar la red eléctrica, desinfectar las calles, reabrir las escuelas; y pronto se quedó sin dinero –Lakhdar Brahimi, el enviado especial de la ONU para Siria, gana 189.000 dólares al año-. Así que, dado que los funcionarios municipales apenas ganan 25 dólares al mes, no existen motivos para el asombro cuando solicito un encuentro con el gobierno de Alepo y me encuentro frente a la corte islámica. O mejor dicho, siendo aquí una infiltrada, me descubro en casa de Luay, el portavoz de al-Qaeda. La silueta negra de su mujer llama y deja el café detrás de la puerta cerrada. Cada grupo rebelde tiene en la corte a su propio portavoz. Pregunto qué ley aplican y él responde: La sharía, sharía, tratando de explicarme que ellos no aplican ningún código escrito sino la voluntad de los jueces, “porque, de acuerdo a nuestra tradición, los jueces son expertos en jurisprudencia, son hombres sabios y distinguidos en los que confía su comunidad”. Claro que en Alepo, como de costumbre, se han ido todos o han muerto, de modo que los jueces ahora son también unos críos; Luay tiene 32 años. Antes de la guerra era abogado en prácticas. “Es verdad que no es fácil”, admite. “Primero, porque todo el mundo está armado aquí y no necesita a la corte para hacer justicia. Pero, sobre todo, no es fácil afrontar los crímenes cometidos por los guerrilleros. Pillaje, extorsiones. Cuando tratamos de proceder contra Nemer, el líder de una de las milicias más violentas, sus hombres rodearon el tribunal hasta que éste desestimó el caso”.

En compensación, el tribunal dictó una prohibición en una señal a la entrada a Karaj al-Hajez, comúnmente conocida como la callejuela de los francotiradores –porque es el cruce entre los dos lados de Alepo y, como si fuera un libro de Stephen King, está vigilado por los minaretes de una mezquita: cruzarlo es como jugarse la vida a los dados-. Y la señal advierte: Prohibido llevar comida. Porque si antes era el régimen el que asediaba y mataba de hambre el lado de la ciudad controlado por los rebeldes, son ahora los rebeldes, que han conquistado todas las carreteras hacia Alepo, los que asedian y matan de hambre el lado de la ciudad que controla el régimen. La gente se adhiere al cuerpo los trozos de carne, esconde los huevos en la caja de los televisores. Algunas veces alguien, de un disparo seco, muere. Y durante media hora, una hora, la callejuela queda vacía, el cuerpo permanece ahí bajo el sol, con un gato que lo olisquea. Entonces una primera persona, con timidez, asoma desde un lado de la calle, duda un instante y cruza, rápidamente. Una segunda, después una tercera. Pronto toda la callejuela se llena de nuevo de gente aunque el cuerpo sigue ahí. Los francotiradores aguardan pacientemente en sus minaretes.

Los sirios no hablan ya de “áreas liberadas”, sino de Alepo Este y Oeste. En sus teléfonos no te enseñan ya la foto de sus hijos o de sus hermanos asesinados por el régimen, sino simplemente la foto, la hermosa fotografía de lo que era Alepo antes de la guerra. Porque nadie aquí lucha ya contra el régimen; los rebeldes luchan ahora unos contra otros. Quienes no están saqueando o extorsionando están muy ocupado con el ISIS, iniciales del Estado Islámico de Iraq y el Levante, grupo relacionado con al-Qaeda cuyo fin es el califato –pretende que se le llame al-Dawlat, el Estado: un nuevo régimen. “Ahora somos incluso menos libres que antes”, dice uno de los pocos activistas que sigue vivo y que todavía se atreve a hablar [se omite su nombre por razones de seguridad]. “Porque en el pasado, si te alejabas de los políticos, nadie interfería en tus elecciones personales. Ahora te prohíben la música, el alcohol, los cigarrillos”. Aunque la línea del frente está completamente estancada. En la ciudad vieja, la primera unidad del Ejército Libre, en la que yo iba empotrada hace un año, sigue aquí. Todavía en los mismos cruces, todavía tratando de repeler a los mismos francotiradores. Duro trabajo; han vendido los kalashnikov para pagar el tratamiento de los heridos. Salaheddin sigue siendo el mismo. Casas devastadas por el fuego de artillería que siguen vacías. En las destruidas, se balancea con el viento una lámpara, una cortina, fósiles de vidas normales. En una esquina, acurrucado en una silla, el típico gato que parece dormido; y en realidad está muerto. En un día de combates, de los habituales combates metro a metro, avanzamos cinco manzanas. Entonces nos quedamos sin munición. Y retrocedemos. Con 7 hombres menos.

La guerra se ha convertido en algo tan natural en esta ciudad, parte integral, que la hierba ha crecido entre los escombros. Con el fuego de mortero, los niños ni siquiera vuelven las cabezas. Sólo con las ráfagas de kalashnikov empieza la discusión: “Es un doshka”, dice Ahmed, de 6 años. “No, es un kalashnikov”, dice Omar, también de 6. “¿Lo ves? Es más ligero que un draganov”.

La línea del frente más emblemática, la verdadera línea del frente, al fin y al cabo, es Bustan al-Qasr: porque ha sido siempre el epicentro de las manifestaciones de los viernes, el desencadenante de todo. Pero hoy sólo se concentran niños. Porque todos se han ido o están ya muertos: y aquellos que ni se fueron ni murieron simplemente están desaparecidos. Como Abu Maryam, el más destacado de los activistas. La concentración está liderada por su sobrino, Nasma, de 10 años. Ni siquiera tienen combustible, tienen que empujar el coche que lleva los altavoces.

Por el contrario, quienes no han desaparecido son los del campamento próximo del IDP [Personas internamente desplazadas], al amparo del río. Toda la ribera está llena de escombros y chabolas; no son casetas, no son ni cuevas sino pedacitos de cosas, láminas de metal, tablas, trozos de plástico –montones, montones de trozos de cosas, y en algún momento de pronto te das cuenta de que estás en medio de ellas, entre mujeres, niños, ancianos, lisiados y mudos, sus bocas sin dientes, un chico con Síndrome de Down por el suelo, con su cena de arroz y lombrices sobre un pedazo de cartón. Vuelves a Alepo, una y otra vez, y en medio del IDP todo sigue igual; sólo cambian los nombres. Ibtisam Ramdan, de 25, vivió aquí con sus tres hijos y con la tuberculosis, en una verdadera cloaca. Pero ella se aventuró un día junto al más joven para conseguir pan y sólo encontró a un francotirador. Sus otros dos hijos se morían de hambre: demasiado peligroso llegar hasta ellos. Hasta que el mortero los redujo a polvo en este Alepo lleno de tumbas por todos lados, incluso en el aire, ese monumento al civil desconocido que no tiene límites.

Unos pocos metros más arriba, delimitando Alepo Este de Alepo Oeste, el río todavía devuelve el lívido recuerdo de los hombres ejecutados por la espalda con una bala en la cabeza, esposados. No está muy claro quiénes son. ¿Rebeldes ejecutados por leales o leales ejecutados por rebeldes? Depende del punto de vista –o quizá tan sólo de la corriente.

Francesca Borri

Francesca Borri es una periodista italiana. Este artículo ha sido publicado en el diario alemán Die Welt y traducido al castellano por Carlos Pérez Cruz, en exclusiva para este blog, con el permiso de la autora. Aquí puedes leer y escuchar una entrevista en profundidad con Francesca Borri publicada en 'El Asombrario & Cía' el pasado 10 de agosto de 2013.

viernes, 4 de octubre de 2013

Carne Cruda 2.0 (Entrevista a Eugenio García Gascón)

Eugenio García Gascón, Javier Gallego 'Crudo', Ana Alonso y Carlos Pérez Cruz (Foto: Mikel Ayestarán)

Emisión del viernes 4 de octubre de 'Carne Cruda 2.0' en la web de la Cadena SER en la que hemos conversado con Eugenio García Gascón sobre Palestina con motivo de la publicación de "La cárcel identitaria" (Libros del KO). Hemos viajado allí a través de los sonidos y los testimonios de palestinos e israelíes y la compañía de teatro Vuelta de Tuerca ha representado la obra "Siete niños judíos" de Caryl Churchill.

Eugenio García Gascón, notas de una presentación

Eugenio García Gascón, corresponsal en Jerusalén

Aquí puedes leer la transcripción de las palabras del periodista Eugenio García Gascón durante la presentación de su libro 'La cárcel identitaria' (Libros del KO) en la librería 'Tipos Infames' de Madrid el 24 de septiembre de 2013. García Gascón trabaja en la actualidad como corresponsal en Jerusalén para el diario 'Público', donde mantiene un blog titulado 'Balagán'. A partir de este libro, y sobre el trabajo y visión de su autor, publiqué hace unos meses esta entrevista en 'El Asombrario & Cía' 


Involución

Creo que en Oriente Medio hay una involución muy grande y afecta tanto a los países islámicos como a Israel, se ve en todas partes. En el caso de Israel es una involución que tiene dos vertientes: religiosa y nacionalista. Me centraré en la religión. Hay un dato que se publicó hace cuatro o cinco años y que no ha trascendido a Occidente pero que me parece muy revelador. Lo publicó la prensa hebrea, concretamente el diario ‘Maariv’, que decía que en las reuniones del Estado Mayor del Ejército, el 40% de los militares que acuden a esas reuniones, llevan kipá. La kipá es el solideo con el que se cubren la cabeza los judíos religiosos. Es un dato muy importante porque nos revela hasta qué punto la involución es importante en la sociedad israelí. Cuando el Estado de Israel se fundó en 1948, el ejército que había entonces, la Haganá, no tenía ni un oficial, ni siquiera ningún soldado, con kipá. Eran todos laicos. Hoy el 40% de los responsables del Estado Mayor y un gran número de soldados llevan kipá. Esto indica lo que ha ocurrido en los últimos sesenta años, especialmente en los últimos 20 o 25 años. Es una involución clara.

En el mundo musulmán está ocurriendo algo parecido con la religión. Estamos viendo ahora el resurgir de la religión, pero es un fenómeno que lleva ocurriendo al menos 20 0 30 años como mínimo. Estamos viendo lo que está pasando en Siria, en Iraq o en Egipto, la importancia que tiene la religión. Creo que este fenómeno de involución, que comparten las dos partes, es un fenómeno que no se explica siempre por razones económicas. Creo que una interpretación marxista puede ser correcta y puede explicar el fenómeno en algunos casos pero no siempre es económico, es algo también de la intrahistoria de los pueblo. Los pueblos, a veces, giran como un péndulo en una dirección u en otra independientemente de razones económicas. Los historiadores marxistas también tienen razón, pero la economía no lo explica todo. Por ejemplo, en Israel o en Arabia Saudí la economía es boyante y son países en los que hay una involución religiosa muy importante.

En Egipto, los Hermanos Musulmanes han ganado las cinco últimas elecciones que ha habido en los dos últimos años. Esto sin contar la importante presencia en Egipto de los salafistas. Otra indicación de la involución que se vive en la zona.

Primaveras árabes

El patriarca de los maronitas del Líbano, Béchara Raï -es cardenal católico, porque los maronitas son católicos de otro rito-, hizo hace quince días unas observaciones muy interesantes. Dijo que él no está de acuerdo con llamar al fenómeno que está ocurriendo desde Túnez hacia el Este como ‘primaveras árabes’. Él cree que es un ‘invierno árabe’. Da algunas razones para explicar por qué piensa así. Dice que todo lo que se ha hecho en los últimos 1400 años, desde la llegada del islam a la región, por la convivencia y por la cohabitación entre musulmanes y cristianos, se está yendo a pique con las revoluciones árabes. Pongamos el caso de Iraq como ejemplo. En Iraq, cuando vivía Saddam Hussein, que fue presidente hasta el año 2003, había 1.400.000 cristianos. Hoy día no llegan a 500.000. La población cristiana se ha reducido en un 60%. Esta gente ha emigrado porque no puede vivir allí debido al empuje de la religión, que es muy fuerte. Y eso empieza a pasar también en Siria donde muchos cristianos están luchando con el régimen pero otros están empezando a emigrar porque no ven ningún futuro. El patriarca maronita cree que esta es una indicación de que estamos ante un ‘invierno árabe’ y no una ‘primavera árabe’. Yo podría añadir que durante esta ‘primavera árabe’ la situación de la mujer se ha ido deteriorando sensiblemente en estos países. La democracia que se llevó a Iraq ha hecho que las mujeres hayan retrocedido mucho en la historia de ese país. Antes, con Saddam Hussein, las mujeres tenían libertad para ir vestidas como quisieran y te hablaban de cuestiones políticas, religiosas, culturales, sociales, de cine, de teatro… Hoy día, muchas de estas mujeres están otra vez encerradas en esa prisión que es la túnica con la que se cubren.

La semana pasada, Henry Kissinger dio una entrevista en la que hablaba del conflicto de Siria y decía que es una guerra ideológica, de chiíes contra suníes. En parte es así, una guerra ideológica del Partido Baaz, de una ideología laica, contra una ideología religiosa. Esta lucha ha estado reprimida durante décadas por el Partido Baaz. Hoy está desenfrenada. Es también una guerra de religión. Los suníes odian a muerte a los chiíes. No todos, pero sí una gran mayoría. Esto está llevando a muchos países de la región, como Arabia Saudí o Catar, a financiar a los rebeldes que luchan contra el régimen laico. Porque es, en gran parte, un régimen alauí y, por tanto, chií. Los suníes sienten un profundo ocio hacia los chiíes y esto explica mucho lo que está ocurriendo tanto en Irán como en Siria o en Líbano.

Exportación de la democracia

Desde el año 2003 se han intentado exportar la democracia a los países de Oriente Medio y se ha hecho al coste que fuera. Y el coste está siendo muy alto, especialmente para la gente local que está pagando con el éxodo o con la muerte esta exportación de la democracia occidental. En los años 2000, especialmente al principio, la administración americana, cuando ganó las elecciones Bush hijo, se nutrió de una serie de ideólogos neoconservadores. Una ideología que estaba creciendo en Norteamérica, especialmente en las élites, desde los años 60. En el año 2000, con la victoria de Bush, esta ideología ya controlaba el Departamento de Estado y otras partes. Esta fue la ideología que decidió llevar la democracia a Oriente Medio al coste que fuera. Una ideología horrorosa si nos atenemos a las consecuencias, especialmente para las minorías, las mujeres y los cristianos.

Eugenio García Gascón y Mikel Ayestarán en la librería 'Tipos Infames' de Madrid

Despotismo ilustrado

El despotismo ilustrado es una especie de régimen que ha existido en muchos países árabes en las últimas décadas. En Egipto con Mubarak, en Siria con Asad o en Iraq con Saddam Hussein. Quizá os parezca un poco exagerado hablar de despotismo ilustrado pero ha sido un despotismo que ha permitido que las minorías puedan vivir en paz y desarrollarse armónicamente. También que las mujeres vayan a las universidades. En las universidades de Damasco era mayor el número de mujeres que el de hombres. Todo esto ha sido posible porque el régimen lo permitió y lo impulsó y está tendiendo a desaparecer y va a tender a desaparecer. 

El otro día leí una frase Goethe que me llamó la atención y que propongo como reflexión. Decía en uno de sus libros que la injusticia es mejor que el desorden. Es un tema que está abierto. Habrá gente que piense de una manera o de otra pero el desorden y el caos que está ocurriendo ahora mismo en el mundo árabe es tremendo para la población.

Recuerdo una anécdota de la primera vez que fui a El Cairo en el año 87. Tenía una amiga que era profesora de Historia Medieval en la Universidad Americana de El Cairo. Estuve unos días en su casa y una noche le dije: “Vamos a cenar al Nilo”. Y ella decía que no. Le insistía y ella que no. Le insistí tanto que cedió y un día fuimos a cenar. Por la carretera, la policía egipcia nos paró en tres o cuatro controles. En cada control la trataban como a una prostituta. Eso pasaba con Mubarak. ¿Qué no pasará sin Mubarak? Mi reflexión es la siguiente: ¿es mejor un régimen dictatorial que permite, hasta cierto punto, libertades personales o un régimen religioso que no las permite y no las tolera? El único caso que yo conozco en el que un régimen islámico es tolerante, y realmente muy tolerante, es el régimen  chií que funciona en los barrios del sur de Beirut. Allí puedes ver a mujeres vestidas más ligeras de ropa que aquí en Madrid y a mujeres tapadas completamente. Los chiíes libaneses permiten eso. No pasa en ningún otro lugar donde haya un régimen islámico. El de Líbano es un experimento que no ha trascendido a otros países de la región.

Paz entre Israel y Palestina

La paz entre israelíes y palestinos me parece imposible. Se han reanudado las conversaciones de paz. Es la enésima vez que negocian. Creo que están condenadas al fracaso. Las dos partes mantienen posiciones muy alejadas. Israel está expandiendo cada día la colonización en los Territorios Ocupados y los palestinos no tienen a ningún valedor internacional. Mientras no haya una fuerte presión de la comunidad internacional sobre Israel no habrá paz. La única paz que puede llegar a Oriente Medio es una paz impuesta, no negociada, porque no pueden negociar dos partes tan separadas entre sí, una con toda la fuerza y otra con toda la debilidad. Estoy ya se ha demostrado que es inviable durante los últimos veinte  años y no creo que sea el camino correcto, aunque Estados Unidos insiste, como Israel, en que tiene que haber una negociación directa. Insisto, esto se ha revelado como una vía abocada al fracaso.

El peso de Israel en Estados Unidos

La presión de Israel en Estados Unidos. Los grupos de presión son tan grandes que, por ejemplo, hace unos días hubo una votación en el Senado para apoyar a Israel y 99 senadores de los 100 votaron a favor. El número 100 no votó porque no estaba, si no hubiera votado a favor. Esto  nos explica un poco cuál es la función de Estados Unidos en la paz en general en la región y en la exportación de las democracias. Es una actitud que responde a unos intereses de colonización y de Israel y no a los intereses de la región.

A principios de año, con el cambio de administración tras la segunda victoria de Obama, el presidente designó como Secretario de Defensa a William Hagel, que es un político que en el pasado había criticado a Israel. Durante las comparecencias que hizo en el Senado, no sólo no criticó a Israel sino que hizo una encendida defensa. Se debatió largamente la situación en Oriente Medio. A Hagel le preguntaron en 27 ocasiones por Afganistán. Allí están luchando soldados estadounidenses y mueren continuamente soldados. Es comprensible que los congresistas sientan preocupación por los soldados americanos y pregunten 27 veces a Hagel por Afganistán. Pero es que en esa misma comparecencia le preguntaron en 137 ocasiones sobre Israel, lo que nos indica de nuevo la importancia que juega Israel en la política exterior norteamericana.

Otro dato orientativo es que hace unos días, cuando Estados Unidos envió los portaaviones y los navíos a las costas de Siria para atacar Siria, el presidente tenía dificultades para conseguir el apoyo del Congreso en este ataque.  ¿Qué se le ocurrió a Obama para conseguir el apoyo del Congreso? Se le ocurrió llamar a Netanyahu y pedirle que hablara con los congresistas americanos por teléfono para convencerlos de que debían atacar Siria. Cuando una política como la de Estados Unidos, que es la que delimita el mundo y todo lo que ocurre, depende de esta manera de Israel, Estados Unidos dudosamente está defendiendo sus intereses sino que está defendiendo los de Israel.

En la fotografía, fila de arriba, de izquierda a derecha: Eugenio García Gascón, Mikel Ayestarán, Juan Miguel Muñoz y Carlos Enrique Bayo. Abajo, izda a dcha: Miguel-Anxo Murado, Juan Cierco, Naiara Galarraga e Íñigo Sáenz de Ugarte.

Lo que se dice VS Lo que se hace

Me gustaría daros un consejo. Cuando leáis los periódicos –una cosa que ya está cayendo en desuso-, haced caso, especialmente cuando se trata de Oriente Medio y de Israel, no a las informaciones que salen muy frecuentemente sobre lo que se dice sino a las informaciones sobre lo que se hace. En el caso de Israel esto es flagrante. Una cosa es lo que se dice, otra lo que se hace. En cambio, una gran parte de la prensa hace mucho caso a lo que se dice. Eso provoca una gran desinformación en la gente, no sólo en este país sino en occidente en general.

Medievo

Yo tuve una formación de medievalista, me interesó Oriente Medio por la Edad Media. Hay un historiador holandés que se llama Huizinga que escribió a principios del siglo pasado un libro titulado “El otoño de la Edad Media”. Este señor explicaba cómo era la Edad Media, las características de la Edad Media. Y decía es que era una época en la que todo se vivía con intensidad, donde todo se  vivía con extremos: los colores eran extremos, los olores eran extremos, el amor era extremo, el odio era extremo, la pasión era extrema… ¡Todo era extremo! Quienes hayáis estado en países de Oriente Medio, en un bazar, por ejemplo, habréis visto cómo los colores y los olores son extremos para nuestra mentalidad. Algo de esto extremo y medieval perdura en la sociedad contemporánea de Oriente Medio y me parece que esa explicación es válida tanto para la Edad Media europea como para la época contemporánea en Oriente Medio.

Transcripción y fotografías de la presentación del libro: Carlos Pérez Cruz