Imagine que un día abre la puerta de su casa y se encuentra dentro a un ladrón. Vaya susto, ¿no? Más terrorífico todavía: añada que esa persona está armada. Lo más probable es que eche usted a correr en dirección contraria, anteponiendo su seguridad a la improbable defensa de sus propiedades. Pongamos por caso, sin embargo, que, por la ira que le despierta ver su espacio íntimo invadido y sus pertenencias en riesgo, se abalanza sobre el ladrón y le grita que se vaya, mientras lo empuja y abofetea con indignación. El ladrón, evaluando sus opciones, decide retirarse del lugar en vez de pasar a la acción con su arma. Mejor evitar males mayores. Además, una vecina lo está grabando todo con su móvil. El ladrón se va entre improperios y su vecina comparte el insólito vídeo en sus redes sociales.
Imagine
ahora que pasadas unas horas desde el susto, con un reconfortante
sentimiento de orgullo, se retira a dormir. Le cuesta conciliar el
sueño. Es normal. Al recordar lo vivido le recorre el cuerpo un
sudor frío: el ladrón podría haberme disparado, ¡podría haber
muerto! Entrada ya la madrugada, por fin se duerme; y es todavía
de madrugada cuando un estruendo interrumpe el sueño. ¿¡Qué es
ese ruido!? Parecen objetos que caen al suelo y estallan en mil
pedazos. Sin tiempo de levantarse de la cama ni de imaginar que
aquello es un mal sueño, fruto de la pesadilla del robo, militares
armados entran en su dormitorio y le detienen. El vídeo de su vecina
se ha hecho viral y ha encendido una gran polémica en la red. ¿Cómo
es posible que se permita semejante afrenta? Miles de personas piden
que se le ajusticie por no haber huido, por golpear y blasfemar al
ladrón. Su acto ha subvertido el orden natural de las cosas. A un
ladrón armado hay que temerlo, no se le enfrenta. Incluso hay un
ministro que pide para usted cadena perpetua.
De
acuerdo, lo reconozco, el relato resulta absurdo, no tiene ni pies ni
cabeza. No sólo es improbable sino inverosímil. Quizá la parte de
la reacción ante el ladrón pueda tener un pase, aunque sea dentro
de una tonta película sobre una banda de atracadores algo torpes con
los que uno puede simpatizar desde el sillón. Pero lo de la policía
deteniendo a la persona que sufre el intento de robo... Lo de la
sociedad pidiendo que la metan en el trullo por humillación al
ladrón... Lo del ministro pidiendo cadena perpetua...
Soy
sincero si le digo que cada uno de mis intentos de escribir un relato
de ficción se ha dado siempre de bruces contra el mismo muro: la
falta de imaginación. Mi narrativa se termina pareciendo demasiado a
un texto periodístico o, aún peor, a la descripción quirúrgica de
una secuencia de acontecimientos; la creación de situaciones
fantásticas e inverosímiles se enfrenta sin opciones a mi
cuadriculado cerebro racionalista. Y el éxito de la fantasía se
basa en la suspensión de la realidad, es un pacto entre la
imaginación del relator y la aceptación de sus reglas por parte del
lector. Yo no se lo puedo ofrecer.
Se
dice que en ocasiones la realidad supera a la ficción. Y habrán de
creerme si les digo que lo que les he narrado ha sucedido; que lo que
les ofrezco es, aunque torpe, una descripción aproximada de lo que
ha pasado. Ha sido en Palestina, tierra de hermosos cuentos, como el
de esos reyes magos que fueron a adorar al niño Jesús; también de
terribles y cotidianos relatos de cruenta realidad. Muy cerca de
Belén, una cría palestina de 16 años ha sido detenida y llevada
ante la corte militar israelí por echar a patadas de su casa al
ladrón, por abofetear de forma airada al intruso, al ocupante. El
vídeo se hizo viral y muchos israelíes se indignaron ante lo que
consideran una humillación. Fue detenida de madrugada. Se llama Ahed
Tamimi. Será juzgada por un tribunal militar. El ministro israelí
de educación (sic) le ha deseado una vida en prisión.
Ahed
Tamimi podría ser una más de los 500 a 700 menores palestinos, de
entre 12 y 17 años, que son encarcelados cada año por Israel. Lo
sé, resulta increíble, ¡si son niños! Sí, pero ya hace tiempo
que el mundo firmó con Israel un pacto de suspensión de la realidad
para hacer verosímil la ficción de “la única democracia en
Oriente Medio”, del “ejército más moral del mundo”. ¡Vaya
cuento!
Carlos Pérez Cruz