jueves, 26 de abril de 2018

¿Qué pasó con el asesino de Nadeem? (o de cómo la justicia remata las "investigaciones" que abre Israel)

Nadeem Nowarah

Sé que esto quizá os sorprenda pero no, los palestinos no nacieron para caer abatidos, para ser bombardeados, para recibir un disparo por la espalda, para ser expulsados de sus casas, para que se las derriben, para llorar en funerales, para que se les humille a diario en un checkpoint, para ser encarcelados en su infancia... Sí, ya sé que es así como les vemos cuando asoman en las noticias: llorando por sus muertos, protestando furibundos, arrojando piedras, algún cóctel molotov... Pero, aunque os pueda resultar insólito, también viven, celebran, matan el tiempo, trabajan, se casan, ven fútbol... 

Digo todo esto porque llega un momento en el que el lento genocidio palestino se ha normalizado en nuestras vidas como la salida del sol cada mañana. Quizá el primer ser humano que vio amanecer flipó con ello, pero ya nadie se sorprende por la primera luz del día, tampoco por el asesinato de otro palestino. Uno puede admirar el color del cielo en esos primeros minutos de la mañana y estremecerse por la belleza; uno puede ver en vídeo la ejecución a sangre fría de un palestino y encabronarse por la injusticia. En ambos casos sabe que volverá a salir el sol y que un palestino más será abatido en próximos días. Forma parte de lo cotidiano, de la rutina. Un amanecer más (o menos), un palestino más (o menos). 

Los contadores están muy bien. En el caso de los muertos (y de los tullidos) palestinos nos sirven para cuantificar la magnitud de la tragedia. Pero cuando leo el número de muertos y heridos (muchos de ellos con amputaciones) que llegan de la enésima masacre (en marcha) causada por Israel en Gaza, termino con la sensación de que la cuantificación termina por diluir el valor de la vida humana. Es un tópico, pero es real: detrás de los números había personas que vivían y ya no; que vivían con todas sus extremidades y ya no; que amaban y ya no podrán amar ni ser amados; que jugaban y ya no podrán hacerlo, o no en las mismas condiciones; que pedían respirar y fueron gaseados. 

Nadeem Nowarah se convirtió un día en uno de esos números. Tenía padres y hermanos, amigas y amigos, le gustaba el baloncesto, llevaba gorra y se hacía fotos con su móvil. Era un adolescente cuando el 15 de mayo de 2014 recibió un disparo mortal desde posiciones israelíes en territorio palestino ocupado. El 15 de mayo es el día de la Nakba, el día que señala la gran catástrofe del 48 cuando un naciente Israel asesinó a miles de palestinos, los expulsó de sus pueblos y destruyó muchos de ellos. El comienzo del lento genocidio, la base para la ocupación de Palestina. Nadeem fue hace cuatro años a una de las protestas habituales, tiró unas piedras y recibió una bala. 

Las cámaras registraron su ejecución. Lo que en otros países hubiera servido de prueba clave e incontrovertible para demostrar la premeditación en el asesinato, en Israel ha servido para que el autor del disparo, Ben Dery, policía de fronteras (¿?), reciba una sanción económica y sea sentenciado a nueve meses de cárcel "por negligencia". El juez describió a Dery como "un excelente oficial de policía" al que "valoran los que le conocen". 

En unas semanas se cumplirán cuatro años del asesinato de Nadeem. Tenía 17 años. Semanas después del asesinato, su padre, Siam, me pedía por teléfono que le ayudara a encontrar a un experto en balística. Era el ruego de un padre despesperado en busca de justicia. “Estoy muy triste. Era un niño inocente, un chaval estupendo que sonreía todo el tiempo. Lo quería mucho”, me dijo. En estos cuatro años que han transcurrido, he ido recibiendo algunos correos del padre en los que informaba del proceso, de su indignación y desesperación. Ayer se conoció la sentencia. Creo que se califica por sí misma. 

Hay miles de Nadeem en la historia de la gran tragedia palestina. El suyo es un caso que simplemente he seguido, como podría haber seguido miles de otros. La vorágine de nuestras vidas hace que pronto olvidemos lo que un día nos indignó, pero es importante volver y retomar el hilo de la historia. Porque en Palestina la tragedia no acaba con la muerte de un ser querido, se multiplica con la humillación que infringe el sistema judicial israelí (es decir, Israel). Nueve meses de prisión para un "excelente oficial" que asesinó a Nadeem, un chaval de 17 años que no suponía ningún riesgo para la vida de Ben Dery. Una de las condenas más severas que ha impuesto Israel después de una de sus clásicas "investigaciones". 

Carlos Pérez Cruz 

Nota: 9 meses a Ben Dery por asesinar a un palestino. 8 meses a Ahed Tamimi por abofetear a unos soldados israelíes en territorio palestino. Tamimi, como Nadeem el día de su muerte, tiene 17 años.

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