lunes, 11 de mayo de 2015

Boicot Israel

Habíamos intercambiado previamente algún mensaje en Twitter, el último a partir del anuncio que yo había hecho de sus actuaciones en España. Al terminar su concierto me acerqué a saludarlo. “Hola, soy el de Twitter”, le dije. “¿Eres Carlos?”, me respondió. Empezamos a charlar y al poco de iniciar la conversación me espetó: “No estarás contento conmigo. Toqué en Israel”. 

El 9 de julio de 2005, 172 partidos políticos, sindicatos, asociaciones, coaliciones y organizaciones palestinas, en representación de los palestinos refugiados, bajo ocupación y palestinos residentes en Israel, hicieron un llamamiento al boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra Israel, hasta lograr que éste país cumpla con la Ley Internacional y los principios universales de Derechos Humanos. Diez años después de aquel llamamiento, la situación de los palestinos es peor que la que inspiró aquel comunicado. 

Con el muro, que fue declarado ilegal en 2004 por la Corte Internacional de Justicia, en continuo avance, separando familias, encarcelando y robando terreno palestino; con la ocupación –y expulsión de sus tierras- de más y más territorio para las colonias, también ilegales; con la represión cotidiana y desproporcionada tanto en Cisjordania como en Jerusalén Este (sólo en tres días de abril, la policía militar israelí asesinó a tres palestinos de 16, 18 y 20 años…, aunque usted quizá no haya leído nada al respecto), con Gaza, la cárcel a cielo abierto más grande del mundo, sometida a bloqueo (con la inestimable ayuda del demócrata egipcio Sisi) por tierra, mar y aire y devastada después de la masacre de la operación militar del pasado verano (de la que la semana pasada conocimos terribles testimonios de soldados israelíes sobre la barra libre que tuvieron para matar civiles, recogidos por la ONG israelí “Breaking the silence”), etcétera, etcétera, etcétera. Ya que Israel no ha cumplido en su vida una sola resolución de Naciones Unidas (ni falta que le hace), ni demasiados países parecen decididos a incordiarle siquiera un poquito, parece lógico que se sienta impune, también para tratar a cualquiera que se solidarice con el pueblo palestino como terrorista, aunque el concepto sea tan amplio que incluya, por ejemplo (hay muchos) a dos estudiantes franceses de música. 

“Me decían que no tocara en Israel. ¿Puedo tocar en todas partes del mundo y no puedo tocar en Israel?”, me preguntó con cierta vehemencia el músico en cuestión, de origen estadounidense. La pregunta no esperaba respuesta, no dejaba hueco para ella. “No sólo hay problemas en Israel, hay otros problemas en el mundo. Nadie me va a decir dónde puedo tocar”, sentenció antes de agradecerme “en todo caso por tus informaciones”. Todavía no salgo de mi asombro, pero así es este mundo digital. Quien menos te lo esperas, sabe algo de ti. Una de mis actividades cotidianas es la información sobre la situación de Palestina, tierra a la que he viajado en un par de ocasiones y fuente de (pre)ocupaciones profesionales y emocionales desde mi primera visita. Hay que acostumbrarse incluso a que tus ídolos sepan algo de ti, aunque sólo sea porque sigan tu cuenta en Twitter. 

Yo no sabía que él había tocado en Israel, pero dado que parece ser que recibió peticiones para no hacerlo, deduzco que éstas procedían del movimiento BDS. Y si esto fue así es porque su actuación estaba organizada y/o financiada por un organismo estatal israelí, de lo contrario no se habría producido tal petición. Este movimiento internacional –del que no está de más recordar su naturaleza pacífica, ni que sus directrices proceden del interior de la sociedad palestina- pone el foco en actividades estatales. Y pongo un ejemplo: cuando el trompetista israelí Avishai Cohen actuó recientemente en España, yo cubrí uno de sus conciertos y lo entrevisté. Alguien me preguntó por redes sociales: “¿No hay boicot para él?”. “Que yo sepa, su concierto no tiene soporte de la Embajada de Israel”, contesté. La respuesta le satisfizo. 

Entiendo la reacción inicial del músico impelido a no tocar en Israel, pero el boicot a Israel no es caprichoso. Tiene razón, hay más problemas en el mundo, pero cada problema tiene sus propias herramientas de solución (o al menos, de intento de solución) y el boicot tiene muchas posibilidades de resultar efectivo al tratarse Israel de un país muy pequeño, de apenas 8 millones de habitantes. La campaña emula lo logrado con la Sudáfrica del apartheid negro, y no conozco a nadie que se eche las manos a la cabeza porque se produjera aquel boicot, que ayudó notablemente a la caída del régimen racista (tampoco está de más recordar que diplomáticos sudafricanos han declarado que el apartheid palestino es incluso peor que el que ellos padecieron). 

Muchas veces los ciudadanos nos ahogamos en la imposibilidad individual de incidir en conflictos y tragedias, nos preguntamos qué podemos hacer, nos sentimos impotentes. La del BDS es una herramienta pacífica y con efectos reales cuya efectividad depende de la implicación ciudadana. A nadie obliga, pero a todos nos concierne. Está en nuestras manos y apela a nuestra conciencia. Ojalá en todo pudiéramos tener tan fácil capacidad de incidencia.

Carlos Pérez Cruz

Nota: Publicado originalmente en 'Cuadernos de Jazz'.

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